Buenos días, Lorena. Amanece en Bahía de los Ángeles: baño, desayuno, empacar, levantar campamento y ‘juimonos’. «No olviden parar en el mirador para la foto» —¿Ya vieron? Allá va un lobo, ¡un coyote!— Y más adelante encontramos otro. «¿Y la foto apá?» —Se nos pasó el mirador, ya ni modo, ¡vámonos!—. Camino a Punta Prieta Diana nos compartió un canto indígena delicado al coyote y al terminar Hugo pidió otra rola ‘más bailable’.
La noche anterior alguien mencionó «Alfonso siempre nos deja, sale primero y ya no lo alcanzamos» —eso mismo pensaba hacer yo—. Tan pronto llegamos a Punta Prieta, salté de la camioneta con casco y guantes listos, zapatillas ajustadas, bajé y armé la bici, cargué agua y … Alfonso ya nos había ganado el tirón; detrás de él salió Raúl y yo después. Como a 5 kilómetros alcancé a un ciclo-turista que venia desde Bélgica atravesando Europa y Asia; había llegado a América por Alaska y se dirigía primero a La Paz y a Patagonia después; Janus es su nombre, habla ingles y algo de español, su edad no importa, está bastante bronceado, conduce su bicicleta con cuatro alforjas y una sonrisa. Justo antes de abordar la primera subida alcanzo a Raúl y a la vista está Alfonso, hago el esfuerzo para emparejarlo pero la pendiente es severa —puf, puf, agh— y Alfonso se despega. En el 40 vemos al lado del camino una manada de burros que observan curiosos a unos ciclistas. Al finalizar la zona de vados por fin alcanzo a Alfonso y vamos juntos platicando unos minutos; en la próxima trepada me vuelvo a quedar.
Después viene una bajada muy ligera, pavimento en buena condición, viento en contra —a veces cruzado—, carretera sin acotamiento y hay transito moderado de camiones de carga. En general los automovilistas son respetuosos; se abren para rebasar al ver que el carril está ocupado por bicicletas. Pero como nunca falta una piedra en el arroz, por ahí del km 90 escuché el ‘RRRR-RRRR’ de un trailer que venia tras de mí sin poder adelantar. Durante unos 5 minutos vino ahí; el camino no tiene acotamiento y el conductor ya no tiene paciencia; en cuanto hay oportunidad se abre un par de metros y comienza la maniobra de rebase… cerrando, un metro, cerrando, medio metro y cerrando… «¡TChing tzu ma, perplejo, te cambio para que sepas lo que se siente, perplejo!». Me asustó y me enojó tanto que al llegar al siguiente pueblo lo andaba yo buscando con la mirada para reclamar —ya sabes: tontera produce más tontera—. Paramos y reagrupamos en una gasolinera casi en el km 100, el plan era pedalear el tramo restante en grupo compacto… Sí claro, «grupo compacto», ¡toma tu grupo compacto! A todo mundo nos valió madres, íbamos como siempre pedaleando felices por cuenta propia. Llegando al arco tomamos la foto.–¡Hagan una linea!–Yo en la orilla no, los de la orilla salen gordos.–¡Formen en una linea!–¡Carro! Viene carro.
Algunos ciclistas de Guerrero Negro salieron a recibirnos y nos acompañaron los últimos 2-3 kilómetros antes de llegar al pueblo. Nos reunimos en La Espinita donde comimos y conocimos a Alberto, esposo de Karla, muy agradables muchachos —ciclistas experimentados y elegantes—. Luego fuimos rodando unos 5 km hasta el hotel El Terrasal; nos encontramos con el hijo del dueño, nos dijo que se llama Gregorio, que es de Alemania y que le gustan [dos] muchachas mexicanas chaparritas —ah picarón—.Sin dudarlo pero sin saberlo dije:– Mira, él habla alemán.– Que mentirra más grrande.¡Y ándale! Que Hugo le responde hablando alemán.
Esa noche hubo pocas cervezas [para mi] y compartimos la habitación los mismos cuatro. Alex fue a impartir una plática a la universidad. El plan para mañana es: después del desayuno iremos a un tour a la Salina, dejamos las bicicletas en el hotel y al regresar rodamos desde aquí. Buenas noches, Lorena.
Me saludas a Lorena