En bicicleta, día uno.

Adaptación de artículo publicado en noviembre de 2016, texto original.

En 2013 solía trabajar en la misma compañía, a la que llamaremos Hayden —porque así se llama—, que un amigo, al que llamaremos Luis Trujillo —porque así se llama—. Casi inmediato de conocerle Luis me cuenta que desde hace como cinco años es ciclista por las tardes y los fines de semana, que es el ‘presi’ del grupo con el que pedalea y derecho me invita a participar. Curioso, hago un par de preguntas; al escuchar sus respuestas me quedé ‘perplejo’ así que le dí cualquier pretexto para evitar asistir:
— No tengo bici.
– Yo te presto una.
– No tengo casco.
– En Walmart son baratos.
– No tengo condición.
– Iremos despacio.
La plática se replicó durante semanas y meses sin materializar la invitación ni la confesión: «¿Yo en short de lycra? ¡Ni ‘mais’!».

A principios de 2015 después de varios cambios inesperados aparecen síntomas de no-salud. Me hago revisar por un médico y me dice:
– Te vas a morir.
– Doctor, ‘do not meim’.
– Sí, algún día.
‘Do not meim’, doctor.
Ok, ok, no fue así; el médico no dijo eso, pero así lo interpreté; fue algo parecido a verme recibir cita del cielo y decirme a mi mismo «¡’Mimismo’, no vamos, nos quedamos!».

El lunes, de vuelta en la oficina acepté la invitación de Luis a pedalear; lo acordamos para el sábado 31 de enero de 2015 las 8:00 AM. Desempolvé un casco que tenía guardado —era pretexto, ¿recuerdan?— y me conseguí unos calzones con chamoy —así se llama el acolchado— de esos que van bajo la ropa —aún no estaba listo para vestir shorts de lycra— y esperé a que llegara el día.

El sábado por la mañana, llegué puntual a la cita, vestido con jeans, polo, tenis, casco y los chones acolchados bajo la ropa. Presentes se encontraban Ernesto, Rubén, Ángel y Luis, quien traía dos bicicletas, una era la que yo iba a usar.

El trayecto fue sobre la ciclo-vía desde el parque North Heritage en Fontana hasta Roy’s Cyclery en Upland. Sobra decir —pero lo diré— que sudé, jadeé y pujé pero llegué. De ida y vuelta fueron casi 7000 millas —ok no pues, fueron 18 nada más—, el recorrido en bicicleta más largo de mi vida hasta entonces; no me lo creía.

Durante unos tres días no pude moverme sin sentir dolor en las piernas, en los hombros y espalda, también donde la ropa me rozó la piel y allá donde les platiqué —que no les he platicado pero que ya se la you know—. «¿Dónde está ese short de lycra?», pensé. Conseguí uno y en la segunda ‘raiteada’ lo vestí tímido con algo de sonrojo, pero eso es otra historia.

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