Salimos de Mexicali a las 7:00am, había que recorrer 200 kilómetros en total. Hacia el 150 ya había yo logrado mi segundo aire y traía viento a favor. Para cuando llegué al 160 me esperaba un trozo de metal incógnito que hizo dos cortes a la llanta y al tubo. Sin parche para llanta ni llanta de repuesto el paseo se daba por concluido para mí; había que caminar hasta que un carro de apoyo me alcanzara. Quince minutos después un automóvil se detuvo, ofreció llevarme a la meta; me subí y arrancamos. Nos presentamos y comenzamos a platicar… bueno, el chófer comenzó a platicar de su vida de casado, de lo difícil que es todo eso y de los incidentes de tener un trabajo que parece vacaciones, de su deseo de dedicar más tiempo a su familia, etcétera. Preguntó qué haría yo en situación similar y pensé en darle un gran consejo… luego recordé que no soy casado, ni tengo hijos y se me pasó; además, ¿qué utilidad tendría mi opinión en la vida privada de esta amigo?
Avanzados unos kilómetros, un ruido llamó nuestra atención; era la llanta del auto, se había pinchado —seguro con el mismo metal desconocido que la bicicleta, o tal vez no—. Paramos e instalamos «dona de emergencia» y fuimos a buscar una llantera para remplazar la llanta averiada –la de auto, no la bici– y luego a otra. Aproveché para avisar por teléfono a mi equipo de apoyo(don Fede y doña Irene) acerca del cambio de planes. Cuando le cobraron la cuenta al rescatador este ya tenía semblante de frustración.
Instalada la otra llanta –en el carro, no en la bici– y continuamos en silencio rumbo a San Felipe. Al llegar a la meta bajamos la bicicleta, le agradecí por el auxilio y le ofrecí un billete(que prácticamente me arrebató de la mano: «gracias») y cada quien siguió su camino.
Por la tarde mis padres me recogieron, después de bañarme partimos de vuelta a Mexicali. Eran poco más de las cinco de la tarde; ya oscurecía. Vimos a los ciclistas más rezagados rodando la última cuesta antes de llegar; algunos con la figura descompuesta con mirada de «ya, que esto acabe, por piedad» y pensé: «no inventes, esos compas llevan más diez horas sobre el sillín, ¡no gracias!» y deseé llegar a casa y dormir durante unos dos días.
?…
???