La casa de mis abuelos, primera parte.

Fragmento de artículo publicado en agosto de 2010, texto original.

La casa de mis abuelos paternos estaba ubicada en Tierra Generosa, Nayarit en un solar grande —como de 40 metros de frente por 60 de fondo—, delante de ella pasa la Carretera Panamericana en dirección norte-sur, justo frente a la propiedad había un enorme árbol que, seguramente cuando era apenas una planta pequeña alguien colocó una llanta de automóvil a su rededor para protegerlo o retener el agua de riego; el neumático entonces hacía las veces de anillo constrictor aprisionándolo pues el ahora tronco había crecido y lo elevaba a un medio metro del suelo. El frente del terreno estaba —está— resguardado por una barda de ladrillos y celosía.

En la esquina noreste se hallaba un pequeño jardín y varias macetas sobre la barda, hacia el sur una palmera a la que le había caído un rayo destrozándole la copa, dejándola chamuscada. Después de eso estaba un tramo de patio empedrado, más al sur todavía había —también en la parte de enfrente— varios arboles enormes de mango y arrayán, una fosa séptica, justo después de eso unos plataneros y la barda remataba cambiado de material a piedra. Ahí mismo estaban una pileta chica y un lavadero de cemento —en ese lugar pululaban sapos de kilo y medio; un espectáculo espeluznante(prima, gracias por refrescar ese recuerdo empolvado 😉 )—.

El agua del lavadero escurría por un tubo entre el cerco de piedra y cruzaba el camino que daba al patio trasero y por donde entraban los automóviles y la maquinaria; un poco más allá estaba un pequeño arroyo, por el que casi nunca corría agua, excepto cuando recién había llovido —bueno, y la que salía del lavadero pues—.

Detrás de la barda con las macetas y el mini-jardín estaba el cuarto de la televisión, el cual tenía una puerta exterior de lamina que llevaba al patio donde estaba la palmera chamuscada y otra que comunicaba a una habitación que donde estaba una cama, un ropero, una ventana que ‘miraba’ al norte y una maquina de coser; a su vez tenía una puerta por donde se entraba al comedor.

Posterior a la palmera quemada estaba el pasillo cubierto que se dirigía a la cocina —también mediante una puerta de metal—. La cocina consistía de pretil, estufa, refrigerador, fregadero, molino de mano, zarzo, repisas de concreto donde se guardaban trastes y tinajas de barro con agua de río pasada por un filtro de cantera rosa —muy rica sabía esa agua—, en el centro estaba una mesa-comedor de buen tamaño, como de 10 o 12 sillas. Detrás del área del patio empedrado, junto del pasillo estaba un pequeño cuarto de adobe, dentro de él se hallaba una cama, un ropero y varias repisas donde guardaban diversos objetos —recuerdo una colección de piedras que mi abuelo había recogido de diferentes lugares—, este es el cuarto de la casa que más curiosidad me causaba visitar; tenía una ventana con barrotes de hierro que miraba hacia donde se oculta el sol, una puerta al patio empedrado y otra más que lo comunicaba con el cuarto grande.

Detrás de la hilera de mangos había una construcción que cumplía funciones de baño con regadera y sanitarios. Frente de estos, un cuarto con puerta que contenía las diferentes herramientas de mecánico, carpintero, electricista, etcétera. En mitad el patio había un galpón, tejabán o ramada y, bajo de él un tractor viejo y cubetas de aceite, piezas de maquinaria agrícola —la mayoría en desuso—, en la esquina del galpón, un árbol de tamarindo y, en la misma dirección hacia el sur, una letrina.

Aun más atrás había otro tejabán, más amplio que el primero; en él habían varios equipos: una camioneta de redilas, un tractor verde y otro de color rojo, más latas de aceite, una camioneta amarilla, una rastra con discos y mil cosas más —hasta gallinas anidando recuerdo haber visto—, al costado sur estaba un tanque elevado que contenía combustible diésel, en la parte posterior del tejaban, a unos metros, había otra construcción de adobe que se usaba como granero y almacén; justo detrás de este se encontraba una pileta enorme que almacenaba varios metros cúbicos de agua y en la esquina sureste de la pileta estaba un arbusto seco —alguna vez lo habré soñado adornado como árbol de navidad—; aun más atrás estaban varios arboles de guamuchil y guaje. La propiedad terminaba en cerco de alambre de púas junto a un camino de tierra que muy poco se usaba y, tan solo un poco más allá comienza la pendiente del cerro y la densa vegetación

Detrás del patio empedrado —entre el pequeño cuarto de adobe y el cuarto de herramientas— estaba un cuarto enorme; el más nuevo de todos; estaba construido de ladrillos, cemento y laminas, tenía el piso cubierto con mosaicos verdes con blanco; ahí había una cama, un ropero, un par de sillas, un baúl; también recuerdo que había varios cuadros, una puerta daba al patio empedrado y otra más al cuarto de adobe…

2 comentarios en «La casa de mis abuelos, primera parte.»

  1. Martha

    Me gustaría una foto en el árbol de la llanta… comerme un mango de su jardín o sólo sentarme por ahí a tomar un café… ❤

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  2. Claudia

    La última vez que estuve en esa casa no pude evitar sentir un poco de nostálgia. Los años no pasan en balde y las secuelas del tiempo son evidentes, pero mucho de lo que describes sigue ahí.

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