1000 por Baja: Guerrero Negro a Santa Rosalía.

A San Ignacio.

Tiii, tiii, tiii…¡Arriba!Son las 5:30 de la mañana…Por alguna desconocida razón, durante toda la travesía, siempre desperté antes que sonara la alarma y sospecho que estuve listo —bañado y cambiado— antes que todos. Rutina mañanera: empacar, desayuno en La Espinita, en camioneta a la salina y regresamos al hotel para hacer checkout y salir rodando desde ahí. —En la salina pues hay sal, mucha sal, muuucha pinche sal, hace como 60 años un estadounidense comenzó a extraer la sal, y hace como 40 le vendió al gobierno y a Mitsubishi la salina con todo y sal, anualmente producen como 8 millones de toneladas de sal, Japón  y Corea son los que más compran sal, y a donde quiera que volteas miras sal, mucha sal, muuucha pinche sal—. Como ya era costumbre, Alfonso nos volvió a hacer madruguete y salió rodando primero.

En la salina, Guerrero Negro. Fecha: jueves 24 de noviembre de 2016. De arriba a abajo y de izquierda a derecha: Demetrio, Hugo, Ana, Alex, Alfonso, Diana, Jackie, Alberto, Raúl Arguello, George, Karla, Raúl Rodríguez, Noala, Fernando, Antonio, Leslie, Aurelio, Luis, Carlos y Hector. Fotógrafo: Salvador Leyva.

En esta parte el relato es más de lo mismo: que si pedaleamos, que si dolían las piernas, que si el trasero rozado, que si viento en contra, que si pavimento, que si la subida, que si la bajada, que si el trafico, que si paramos, que si solos, que si en grupo, bla, bla, bla…Fast forward: a eso de la una de la tarde llegamos a El Marasal donde nos reagrupamos, descansamos y comimos:- Nos quedan 3 horas de sol y faltan 70 km para llegar; los números no dan, creo que nos va a caer la noche-. Y pues que nos cae la noche; a eso de las 4:45 estaba totalmente oscuro, paramos para esperar a la camioneta, instalamos las luces y continuamos: Alex, Noala, Carlos, Antonio, Demetrio, Raúl, Alfonso y yo. Otra vez rodando de noche, otra vez la ansiedad por llegar, otra vez sentimientos encontrados, otra vez el camino que no parece terminar. Otra vez cambio de plan: siempre no vamos a acampar, mejor en hotel pernoctar ¡bieeen!

Al llegar a San Ignacio su querida le avisó; Benito, te andan buscando, eso es lo que supi yo. —¿O cómo era?—.Al llegar a San Ignacio un amigo me avisó; Fernando, ya están cocinando, eso es lo que supe yo. —Ahora sí—.El club de ciclistas de San Ignacio nos recibió con un convite, tacos de pescado y bebidas; obsequiaron al grupo una camiseta conmemorativa y un trofeo artesanal que ellos mismos fabricaron. Por la noche los niños estaban fascinados con los sonidos del ukulele y la trompeta de Noala y por las luces fosforescentes que Karla les regala. A la mañana siguiente la fascinación la proveyó la original bicicleta de bambú construida por el profe Raúl. Mil gracias, gente de San Ignacio por su hospitalidad.

A Santa Rosalía.

Arrancamos de San Ignacio como a las 9:30, después de las respectivas fotos en la misión. Pedaleamos en subida y con viento en contra —que novedad—; durante unos 20 km mantuvimos formación ordenada pero al llegar a un columpio todo se fue al carajo; el grupo se fragmenta, los ‘elites’ se adelantas y los ‘elotes’ a la cola. A los 25 km nos detuvimos a degustar el famoso pan de dátil —chomp, chomp, chomp—. La bicicleta de Carlos sufrió avería con la cadena; Alex hizo un quickfix y continuamos. Siguen 15 km en subida, luego una bajada de 3 km, después 15 km planos; nos detenemos y reagrupamos a los 60 km, abastecemos y posamos para el dron. Lo que sigue es una bajada de 10 kilómetros, impresionante, empinadísima(promedio: -15%), veloz, peligrosa y muy, muy emocionante, casi celestial —la cuesta del infierno le llaman—. Una lagrima me escapa por el rabillo del ojo cuando alcanzo los 60km/h -Noala y George me rebasan —¿Cómo hacen eso?—.

Al llegar a Santa Rosalía, nos adentramos unas ocho calles en el pueblo y nos detuvimos; no sabíamos donde queda nuestro hotel. Hacía ya un par de horas que los primeros habían llegado. Continuamos hacia el hotel y nos instalamos. «Hey, pónganse guapos, vistan pantalón y zapato cerrado los varones; nos invitaron a cenar a un restaurante; es muy ‘nais’, parece». Casi tres horas más tarde estábamos devorando los platillos que sirven en el comedor de la mina El Boleo. Que bueno estaba todo; riquísimo. Las tripas ya me llamaban por otros nombres: ‘Grrregorrriooo’, ‘Igggooorrr’. —En el tour nos dijeron que la mina es explotada por empresas coreanas y que produce cobre, cobalto y zinc—. Panza llena corazón como te quiero. De regreso al hotel, cero cheves y a dormir. Nite nite Lore.

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