La mañana del paseo #11 (septiembre 17, 2017) transcurrió sin contratiempos, y con la buena nueva que el evento había rompido —ok, roto pues— récord de asistencia con un grupo de casi quince participantes. Esa noche me fui a dormir con la nota que una persona local había fallecido a consecuencia de haber ingerido una gaseosa. La mañana siguiente noté bastante actividad en el grupo de Whatsapp: preguntaban por detalles de lo ocurrido; investigué con amigos de poblados cercanos, conclusión: la persona que murió estaba reunida en Cerro Prieto con su familia, afortunadamente nadie de éste grupo resulto afectado. Desde Bírula Planet lamentamos esta triste pérdida, y deseamos pronta resignación a los familiares, que las autoridades tomen medidas preventivas para que no vuelva a ocurrir, que se deslinden responsabilidades y que se apliquen las sanciones correspondientes.
Pasado el trago amargo del seven envenenado, el entusiasmo por bajar La Rumorosa repuntó; nos organizamos para llevar nuestros automóviles y acordamos reunirnos en el área de descanso que está después del retén militar al pie de La Rumorosa. Y así sucedió…Fast-Forward hasta el día del evento: las notificaciones del grupo de Whats comenzaron a eso de las cuatro de la mañana; las chicas de San Luis avisaban que no vendrían; Omar confirmaba asistencia; Cesar, Jesús, Martín y Roberto venían en camino; Arturo iba saliendo de la ciudad; Gabriel también. A las cinco con cuarenta y cinco llegaba yo al punto de reunión; el área estaba prácticamente desierta: fuimos los primeros ciclistas en arribar.Saludé y me presenté:—¿Tú eres Fernando? ¿El que organiza y no va?—Pues sí, soy yo.
Acomodamos las bicicletas en la camioneta de Jesús, esperamos unos minutos más y pasados quince de las seis partimos con destino al punto de salida. A paso veloz ascendimos «la rumo»; tan veloz que las llantas chillaban en las curvas. Llegamos(léase: uff, que alivio), estacionamos, bajamos las bicis y demás equipo, nos tomamos unas fotos y pedaleamos hasta el paraje donde sería el banderazo. «Hey Fernando, allá está otro hijo tuyo que pregunta por ti», pues fui a saludar y a conocerlo.Eran veinte minutos después de las siete cuando se escucha que alguien vocea:—Aldo va a llegar a las ocho. ¿Nos vamos o lo esperamos?—Nooo, ya vámonos…—Aldo trae un dron que nos irá siguiendo.—Ahh bueeeno, así sí, hay que darle una oportunidad.
Avanzamos un poco más en el camino hasta pasar frente a un basurero —donde vimos varios perros hurgando entre los desperdicios—, y más adelante nos detuvimos para escuchar las indicaciones: los downhilleros arrancarían primero, luego los aguerridos montañeros, siguieron los moderados; Jesús, Martín, Roberto y yo íbamos en la parte trasera del grupo. Descendidos unos quinientos metros; Roberto nota problemas con sus frenos; nos detenemos, Arturo, Cesar, Gabriel y Omar nos adelantan, y un cachorro como de unos cuatro meses nos alcanza, «te llamarás Dron, porque nos vienes siguiendo» (awevow). Después de ajustar y lijar las pastas nos pusimos en marcha…— Rrrt, rrrt, rrrrrrt…— ¿Qué es ese ruido?Me detengo y ajusto la bolsa; venía rosando la llanta trasera.Seguimos avanzando, el ajuste no funcionó:—Jesus, ¿traes espacio en tu mochila?—Sí, echala.
Un par de curvas adelante vi a Roberto descendiendo a toda velocidad, parece que sus frenos funcionan de maravilla; en una recta, la primera baja del descenso: una bicicleta con la rueda trasera hecha nudo pues cayó en un hoyo, afortunadamente el ciclista se encuentra bien; le toca abandonar y ascender empujando la bírula. Continuamos bajando los cuatro juntos: Jesús, Martín, Roberto y yo; bueno, el perro también; parábamos a esperar a quien se retrasaba, a tomar fotos, a ajustar los frenos de Roberto(nunca quedaron bien) y a ayudar a otros ciclistas en apuros. Tirado al lado del sendero, alcanzamos a Jerry, de Tijuana, no traía pegamento para parches y sus tubos de repuesto estaban perforados. Intentamos ayudarle durante unos minutos, mas el pegamento no pegaba, el parche no parchaba y el tubo… pues no tubaba; le deseamos suerte, nos retiramos, Dron se quedó con él; más adelante estaban sus coequiperos con problemas al lado del camino; entregamos el recado: «allá arriba está Jerry ponchado»; más tarde nos alcanza —Dron lo acompaña—, solucionó su problema enrollando cinta adhesiva negra a la cámara —idea de negocio millonario—. Otro kilómetro descendido y otro ciclista varado. Adivinen… nos detuvimos, le socorrimos y nos retiramos. Faltando unos tres kilómetros para llegar a la meta, la bicicleta de Robert pierde aire, otros ciclistas paran a auxiliarnos y aprovechamos para inmortalizar el momento posando frente al lente de un celular para un retrato.
Más de dos horas después del arranque, cruzábamos juntos por la linea de meta Arturo, Jesús, Martín, Omar, Roberto, yo y otros ciclistas que habíamos alcanzado; abajo ya esperaban Cesar, Gabriel, Jesús Galicia, y todos los demás pues fuimos los últimos en llegar. El trayecto es una terracería zigzagueante; apenas transitable por vehículos todo-terreno; con pendientes pronunciadas, curvas cerradas, superficie de rodamiento irregular y escarpada, grava y piedras sueltas; el desfiladero está presente —ya por la izquierda, ya por la derecha— en los quince kilómetros de emoción producidos a fuerza de gravedad. Ciertamente no se requiere pedalear mucho pero lo agreste de la ruta obliga a usar constantemente piernas y brazos para controlar la bicicleta, los músculos trabajan y se agotan; nos merecemos una bebida bien heladísima. Creo que pudimos haber completado el recorrido en menos de una hora, sin embargo decidimos pedalear como equipo y detenernos a auxiliar a todo mundo —como buenos samaritanos—; la verdad es que super valió la pena por los [nuevos] amigos ciclistas que uno va encontrando en el camino. Por cierto, no recuerdo haber visto al perro llegar a la meta. ¿Sabe alguien qué fue de él?
Hágase El Descenso es un evento anual organizado por Omar Linares y Aldo Linares. Nos vemos en próximo año, #hazquesuceda.PD: bitácora en strava: goo.gl/UBjMkt