Pedaleada por el acueducto.

Como de esas veces que estás casual un tres de octubre y no tienes nada que hacer para el fin de semana y de repente te proponen ir a pedalear el domingo por una brecha del desierto hasta llegar a la planta de bombeo número cuatro y pos dices ‘pos vamos’…

… Acudimos al llamado Adrián, Carlos, Cesar, Cuauhtemoc, Fernando(yo), Gabriel, Jesús, José, Luis, Martín y Roberto. Nuevamente el punto de inicio de rodada fue el área de descanso que esta junto al retén militar al pie de La Rumorosa; nos recibió agitando la cola —true story— una perrita bicolor blanco-canela con placas de circulación ’50L0B1N0′ a la que, sin ninguna razón que lo justifique, llamaremos «Barrita». Saludamos, preparamos el equipo, tomamos unas instantáneas al amanecer y comenzamos a rodar faltando diez para las siete. Primeramente pedaleamos cuesta arriba dos kilómetros y medio por el acotamiento de la carretera federal número 2D hasta una pileta de agua; Cesar llegó primero, ahí esperamos a los que se habían retrasado, Barrita también llegaba entera después de haber esquivado los automóviles. Mientras recuperábamos el resuello Roberto preguntó si alguien quería conocer y pedalear a través del túnel, el consenso fue «sí, vamos». Con sumo cuidado cruzamos la carretera, luego descendimos unos treinta metros hasta un barranco/arroyo; uno a uno fuimos entrando al subterráneo, yo decidí pasar de último; ya adentro no necesitas pedalear pues al ser una alcantarilla para agua de lluvia el piso es ‘de bajadita’; después hubo que ascender cargando nuestras bicicletas al hombro hasta el nivel de la carretera cerca de la pileta; nuevamente tomamos fotos y continuamos, ahora descendiendo por una terracería bastante empinada y maltrecha, al fondo se miraba el valle repleto de vegetación —verde, el desierto es verde—, allá nos espera un sendero con subidas y bajadas, hileras de plantas con espinas que parecen custodiar los costados de la vía picando a quien se atreva acercarse de más y arenales que obligan a más de uno a apearse de la bírula.

Habiendo pedaleado seis kilómetros llegamos al camino de servicio de CEA, ahí nos separamos en dos grupos: Cesar y Martín viraron a la izquierda rumbo a la ‘bomba cuatro’, yo les seguí a unos cien metros, el resto se dirigió hacia la derecha; nos van a esperar «al pie de aquel cerro que se mira allá». Estimo que la cuesta que conduce a la planta cuatro medirá un kilómetro de largo con una ganancia de altura de cien metros, luego siguen unos dos kilómetros y medio de pequeñas lomas las cuales pasamos sin contratiempo. Frente a la barda que resguarda la construcción un par de fotos y «vuelta pa’tras, nos están esperando». A mitad del tramo de lomas encontramos a Gabriel decidido a conseguir su foto de ‘la cuatro’; me regresé para acompañarlo; Cesar y Martín continuaron, más adelante aguardaron por nosotros; descendimos rápidamente alcanzando los cincuenta y cinco kilómetros por hora. ¡WOW, lo mejor de subir es bajar!

En la marca de los dieciséis kilómetros ya nos esperaba el resto del grupo; Barrita estaba con ellos. Reanudamos nuestro recorrido sobre la brecha, paramos a la sombra de un árbol cerca de la carretera, donde nos reagrupamos, luego continuamos juntos hasta el punto de meta, al cual arribamos por ahí de las nueve y media. Esta ruta ha sido la más variada e interesante que he transitado hasta ahora: tuvo subidas, bajadas técnicas, escalada con bici al hombro, túnel, piedras sueltas, arenales, sendero, brecha, camino de tierra, permanente, pavimento, paisaje desértico, espinas que no perdonan y un fiel can que nos escoltó de principio a fin; neta que la próxima vez voy a adoptar uno de esos perros luchones-todo-terreno-guerrero-cuatro-por-cuatro que te siguen a todos lados. Agradecimiento especial a Roberto, que fue el guía de este paseo, te sacaste un diez.

Nos vemos en la próxima, #hazquesuceda.

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