Poco más de un año ha que sucedió la Pedaleada Nocturna Cerro Prieto (sábado 21 de octubre de 2017).
Coordenadas espacio-temporales: comandancia del ejido Michoacán de Ocampo, 6:00 pasado meridiano —puntuales, por supuesto—.
Una lista de papel atestigua que Jesús, Adrián, Emiliano, Andrea, Valeria, Tomás, Sergio, Abda, Ramón, Karla, Martín, Ofelia, Gabriel, Monica, Patricia, Omar, Alfredo y yo mero estuvimos ahí.
Mientras esperábamos el arribo del resto, Adrián, el más joven del grupo dice:
—Tengo una pregunta, ¿qué significa ‘bírula’?
— Es otra forma de decir ‘bicicleta’, así como baika, bici, bicla, burra, caballo, camella, chiva, cicla, cleta, nave o rila…
Como cuarenta y cinco minutos después, cuando el cielo ya arrebolaba principiamos a pedalear por la calle central rumbo al parque, «me encanta rodar cuando el sol se está poniendo pues la sombra proyecta en el suelo al ciclista esbelto y espigado que quiero ser». Una vez salimos del poblado pasó como pasa cuando sucede: el conjunto se elonga, se elonga, se elonga… y ocurre la saludable mitosis bicicletera. En el grupo puntero iban todos los demás; en la retaguardia a paso moderado, los más jóvenes —yo incluido— platicábamos acerca de la escuela, los profes y otras cosas de la vida. Pedaleando entre las parcelas pensé que nadie del pelotón puntero estaría certero del camino exacto hacia el volcán así que pregunté a Adrián si podía guiar al grupo hasta el puente y luego hacia la izquierda por la orilla del canal, a lo que él respondió seguro afirmativo. Me adelanté lo más rápido que mis piernas podían, al llegar al puente esperaba Gabriel con un pinche… digo, con un ponche… digo, con un pincho… bueno pues, con una avería en el neumático de su bicicleta.
Mientras intentábamos reparar el desperfecto el grupo joven nos alcanza, habían pasado apenas unos cinco minutos, —¡Vaya! no venía yo tan rápido después de todo—.
A la par que sucede el ritual desmontar-llanta-cambiar-tubo-montar-llanta-inflar-repetir escuché decir:
— ¡Emiliano, Emiliano! ¿Ya viste?
— ¿Qué cosa?
— ¡Mira pa’ arriba, el cielo!
— ¡WOW, está todo lleno de estrellas!
Yo también volteé a ver por un momento y no pude evitar recordar algo que Xe Juan una vez me contó: «… durante mis años al frente del aula, allá por la época del temblor, mis alumnos narraron sobre las noches sin celular acampando en el patio de su casa mirando, maravillados, la vía láctea; ‘para algunos esa fue su primera vez escudriñando la bóveda celeste’… «.
La avería fue reparada con tubo nuevo: ¡listos, ya nos vamos!
Y sucedió que fuimos platicando pedaleando emocionados bajo ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, a orillas del canal, entre parcelas y perros que ladran a la noche, juntos hasta el pie del volcán. Luego de sostener un brevísimo debate tipo «no vinimos hasta aquí para llegar nada más hasta aquí…», todos ascendimos por la vereda que conduce hasta el cráter; algunos a pie, otros en bírula y otros en el carruaje que porta la caja musical, los muebles plegables y el cofre repleto de bebidas refrescantes.