Los días siguientes a la liberación de Don Pancho fueron un esfuerzo continuo por volver a la normalidad. Sobra decir que todo ajuste que se hizo para borrar el recuerdo de aquellos angustiantes 13 días fue fútil; el daño ya estaba hecho, la tensión se sentía por todos lados. Se adivinaban ojos vigilantes cuidando cada paso de la familia, era una paranoia generalizada. Las marcas que deja un secuestro en una familia son indelebles en la memoria de la generación que le tocó vivirlo.El plagio de mi abuelo había sido un parte-aguas en la vida familiar.Muchos factores se conjugaron para que ocurriera lo que después ocurrió:Por una parte la angustia de que quisieran repetir con alguien más de la familia.La certeza de que esa gente no se detendría pues de esa actividad era su modus vivendi.La firme sospecha de que las mismas autoridades estaban recibiendo beneficios de esas actividades.Las malas noticias de nuevos secuestros en los alrededores aun de gente que cercana a la familia.Las tragedias que vivieron algunas familias al sufrir la perdida múltiple de un ser querido. Salió publicado en uno de esos periódicos de poca monta una historia de un secuestro que terminó con la incineración del secuestrado a manos de un miembro de la banda el cual a su vez quedó irremediablemente loco.La que antes fuera una región tranquila y apacible de pronto se había convertido en un infierno inseguro y estresante donde el blanco era la gente trabajadora y honesta. Los victimarios de mi abuelo tenían armado un negocio familiar; cada miembro del clan tenía a su cargo alguna parte de la operación; ellos no se alejaron del pueblo cuando el rescate se entregó; seguirían paseándose por las calles y vigilando; buscando nuevas víctimas a quien secuestrar. Más tarde tocaría el turno a otra persona de apellido Ortiz, aunque no era pariente si era amigo cercano de mi abuelo.Los secuestros no cesarían pronto, por intervención de autoridades ni mucho menos, sino hasta que a raíz de diferencias irreconciliables entre miembros de la banda, se fueron aniquilando unos a otros. Y como dice el dicho “Sin huésped no hay infección”.
Luchando por superarlo.En los días siguientes habría reuniones en la casa grande. Se juntaba la gente para darle la bienvenida a mi abuelo y a compartir tiempo con él; a expresarle su apoyo además del gusto que sentían de tenerlo de vuelta sano y salvo. Si bien él se desahogaba en parte contando la amarga experiencia vivida; creo no le dio tiempo de realmente superar el hecho, más aun cuando no tuvo ayuda profesional (léase: psicólogo y/o medicamentos). Nunca sabremos que pasaba por la mente de mi abuelo, que cargó en silencio con los detalles más sórdidos de su cautiverio, los cuales nunca reveló. Tampoco quiso denunciar ni identificar a sus captores.
Ahora muchos años después, visto en retrospectiva, hemos analizado y concluido que él nunca se recuperó del trauma y la angustia que le hicieron pasar. Tal vez se deprimió y lo íbamos perdiendo de a poco. La angustia irracional que un evento como esos provoca es razón más que suficiente para pensar en desaparecer para siempre de tu pueblo.Viaje de ida.Semanas habían pasado ya desde el día de la liberación; mi abuelo y mi abuela viajan a casa de su hijo Froylan en Los Ángeles para pasar unos días; la intensión es distraerse y olvidarse, en la medida de lo posible, lo que recién se había vivido. Los días en California pasan sin mayor contratiempo, son días para relajarse, para visitar, para conocer, para platicar y compartir con la familia. Como dije antes, los días pasan sin mayor dificultad, no había novedad en lo que ocurría en esa casa.Es de noche, todos en la casa duermen después de haber cenado en familia.Pancho tose, se levanta y va al baño.Adela le pregunta “Que tienes Pancho?”Sentía una opresión en el pecho.A partir de ahí todo ocurre a un ritmo vertiginoso.El afán por mantenerlo con vida resulta infructuosoEl diagnostico que dio el hospital es muerte por paro cardíaco.Yo recuerdo una mañana que mi madre me despierta llorando, me da un beso y me dice “panchín, panchín despierta, tu abuelito… se murió, se murió tu abuelito Pancho”. Después me abraza. Supongo que también lloré, no lo recuerdo. Nuevamente el punto de reunión era la casa de los abuelos. Esta vez hay muchísima más gente de la que halla yo visto junta nunca antes.La casa de los abuelos.La casa de los abuelos estaba ubicada en un solar grande, como de 40 metros de frente por 60 de fondo. Frente a ella pasa la carretera panamericana en dirección Norte-Sur. En la calle frente a la propiedad había un árbol enorme. Supongo que cuando ese árbol era pequeño alguien le puso una llanta de carro al rededor para retener el agua. Esa llanta hacia las veces de anillo constrictor pues estaba como a medio metro de altura del suelo aprisionando el tronco del árbol. La parte frontal del solar estaba resguardado por una barda de ladrillos y celosía.
En la esquina noreste había un pequeño jardín y varias macetas sobre la barda. Más al sur había una palmera a la que le había caído un rayo destrozándole la copa y dejándola parcialmente chamuscada. Después de eso había un pedazo de patio empedrado, más al sur todavía, también en la parte de enfrente había varios arboles enormes de mango y arrayán, una fosa séptica, justo después de eso había unos plataneros y remataba la barda cambiado de material a piedra. Ahí mismo estaban una pileta chica, un antiguo lavadero y exactamente ahí era uno de los lugares donde los sapos de dos kilos pululaban (gracias al comentario de una prima es que logro refrescar ese recuerdo; pues era algo que estaba ya bastante bien empolvado en mi memoria). Ese era un espectáculo espeluznante y fascinante a la vez.
El agua del lavadero escurría por un tubo entre el cerco de piedra y cruzaba perpendicularmente de lado a lado el camino de acceso por donde entraban la maquinaria y los carros al enorme patio trasero. Un poco más allá estaba un pequeño arroyo, por el que casi nunca corría agua, excepto cuando recién había llovido y la poca agua que emanaba del lavadero y de la pileta de los sapos.Detrás de la barda con las macetas y el jardincito estaba el cuarto de la televisión, el cual tenía una puerta exterior de lamina que llevaba al patio donde estaba la palmera quemada. Detrás del cuarto de televisión había una habitación que contenía una cama, ropero, una ventana que “miraba” al norte y una maquina de coser; tenía una puerta hacia el cuarto de televisión y otra más que se comunicaba al comedor.Posterior a la palmera quemada estaba el pasillo cubierto que llevaba a la cocina, también mediante una puerta de metal. La cocina consistía de un pretil, una estufa, refrigerador, fregadero, un molino de mano, un zarzo, repisas de concreto donde se guardaban trastes y tinajas de barro con agua de río pasada por un filtro de cantera rosa… Que rica sabia esa agua! El comedor, o mejor dicho cocina-comedor era grande constaba de una mesa como de 10 sillas.Detrás del área del patio empedrado, junto del pasillo estaba un cuartito de adobe; dentro de el había una cama, un ropero y varias repisas donde guardaban muchas cosas, entre ellas una colección de piedras que mi abuelo había recogido de diferentes lugares, ese es el cuarto que más curiosidad me daba visitar. Tenía una ventana con barrotes de hierro que miraba hacia donde se oculta el sol, una puerta al patio empedrado y otra más lo comunicaban con el cuarto grande.Detrás de la hilera de mangos había una pequeña construcción que cumplía las funciones de baño con regadera y sanitarios. Frente de estos un cuarto con puerta que contenía las diferentes herramientas de mecánico, carpintero, electricista, etcétera que se requerían para completar trabajos simples. En mitad el patio había una ramada y bajo de ella un tractor viejo y cubetas de aceite, piezas de maquinaria y otros implementos agrícolas, la mayoría de ellos en desuso. En la esquina del la ramada, un árbol de tamarindo. Casi en esa misma dirección hacia el sur, estaba una letrina.Aun más atrás había otro tejaban, este era más grande que el primero. En él habían varios equipos, una camioneta de redilas, un tractor verde y otro de color rojo, más latas de aceite, una camioneta amarilla, una rastra con discos y otras cosas más. A un lado estaba un tanque elevado que contenía combustible diésel. En la parte posterior del tejaban, a unos metros, había otra construcción de adobes que se usaba como granero y almacén. Justo detrás de este había una pileta enorme que almacenaba varios miles de litros de agua. En la esquina sureste de esta pileta estaba un arbusto seco, el cual alguna vez soñé adornado como árbol de navidad. Aun más atrás había varios arboles de guamuchil y guaje. La propiedad terminaba en cerco de alambre de púas junto a un camino de tierra que muy poco se usaba. Más allá comienza la pendiente del cerro y la densa vegetación.El cuarto más grande de la casa.Detrás del patio empredado, entre el cuartito de adobe y el cuarto de herramienta estaba un cuarto enorme; el más nuevo de todos, construido con ladrillos, cemento y lamina de asbesto, tenía mosaico en el piso. Había una cama, un ropero, un par de sillas, un baúl; también recuerdo que había varios cuadros, una puerta daba al patio empedrado y otra más al cuartito de adobe.Fue precisamente en esta habitación donde se realizó el velatorio a los restos de mi abuelo. Previo a eso se retiraron los muebles, para dar cabida a las ofrendas florales. Recuerdo ver a diferentes personas “hacer guardia” una y otra vez al rededor del ataúd metálico sellado de color azul acero. Una fotografía de mi abuelo reposaba sobre la tapa del mismo.El ultimo adiós.Durante la ceremonia de sepultura, un martes de febrero de 1987, si la memoria no me miente, estaba todo el pueblo en el cementerio para dar el ultimo adiós a Don Pancho. Asistimos prácticamente todos sus familiares; sus hijos, nietos, hermanos, primos y demás parientes cercanos y no tan cercanos. Había muchos de los que fueron sus amigos en las diferentes épocas de su vida. Jamás después de ese día recuerdo haber visto un funeral con tanta gente.Vienen a mi mente imágenes de aquel día, estaban Moisés y Froylan tomando vídeo de todo lo que acontecía, Ramona capturaba los momentos con una cámara instantánea polaroid; querían que toda la familia se tomara fotos con el ataúd justo antes de ser sepultado… Yo no acepté retratarme, solo lloré y me retiré del lugar mientras mi madre me abrazaba.Mi abuelo descansa en uno de los cuatro compartimentos que tiene la cripta, muy cerca de la puerta principal del cementerio y cerca también de la entrada a “el rincón”; tierra de sus amores, aquella por la cual había luchado tanto para defender, aquella que tanto le había dado y aquella que tanto le había arrebatado también.