¡Pá, sonría pa la foto!

Durante unos diez o doce meses mi padre, mi hermano menor y yo fuimos compañeros de oficina y colegas de oficio mientras trabajamos como ayudantes de plomero en la ciudad de Palm Springs, California, para una compañía llamada ABC (esto fue entre 2002 y 2003). Ya por ahí de mayo de 2003 yo me regresé a Chicali City mientras que ellos se quedaron trabajando en Cali. Para noviembre de 2003 me había asociado con dos compañeros ingenieros(Pablo y Javier) de la universidad y habíamos comenzado operaciones de un pequeño negocio-taller de venta y reparación de computadoras —el cual después dejé, aunque esa es otra historia—.
He de admitir que no recuerdo la fecha exacta de cuándo sucedió todo lo que estoy por relatar y varios detalles están —tal vez— mal archivados en el almacenamiento imperfecto de mi memoria; tengo el recuerdo un tanto vago en mi mente; con todo eso, así ocurrió:

Algunas veces Pablo y yo visitamos los Swap Meets de Calexico, a saber, «Las Palmas» y «El Santomi» para chacharear herramientas y mercancías para el negocito recién abierto. Fue en una de esas visitas en que uno de nosotros miró una empolvada y entelarañada cámara Polaroid en un puesto de chucherías, sobre un maltrecho montón de ropa de segunda —aún no era moda llamarle «ropa de paca»— al tiempo que uno de nosotros la tomaba en sus manos para inspeccionarla de cerca, el otro posaba para la —hasta ese momento hipotética y poco probable— fotografía instantánea de una «ni-modo-que-sí-sirva-ni-modo-que-tenga-rollo» cámara, al tiempo que el primero preguntaba a la encargada del puesto: «how much for the shoes?» (o algo así).
¡Y zas! que el modelo posa y el fotógrafo presiona el botón.
¡Y zas! que la cámara sí sirve y sí tiene rollo y está haciendo los ruidos característicos y «escupiendo» el papel fotográfico casi blanco que despuesito revelará una instantánea (la primera que yo miraba en muchos-muchos años)…
¡Y zas! que al tiempo la chica responde la pregunta con un «cinco dólares, está recién calada que sí sirve, jijiji». — Ni modo, a pagar…

No recuerdo quien fue el modelo ni el fotógrafo —si Pablo o yo, o yo o Pablo— de esa primera toma, ni cuantas fotos aún quedaban en el cartucho. Mas sí recuerdo que en la primer oportunidad que tuve, Circa marzo 2004, me la llevé a casa de mis padres. Cuando llegué a casa encontré a mi padre trabajando como siempre —tal vez instalando una repisa que aparece en la imagen, tal vez podando un arbol, tal vez reparando algo; no lo sé, no lo recuerdo, mi recordación es muy vaga— y le dije: «Pá, sonría pa la foto»… La Polaroid procesó el papel y esa fue la última del cartucho… «Ya, eso fue todo, jajaja».

Esa foto quedó guardada en un cajón del escritorio que se aprecia a cuadro, y pasaron muchas, muchas cosas antes que en 2010 la repisa colapsara sobre este mismo a causa del terremoto que también destruyó la casa de mi niñez…

El escritorio fue rescatado de las ruinas de la casa y depositado con parte de sus contenidos en el solar en una parte más o menos alejada de donde otrora estaba la casa…

Fastforward: por ahí de marzo 2024 durante una visita espontanea al lugar, noté el escritorio, abrí los cajones y estuve revisando algunos papeles que todavía quedan por ahí, ¡y zas! encontré la instantánea que le tomé a mi padre y que coincidentemente es la fotografía Polaroid más reciente que he tomado desde entonces; estuvo durante 20 años guardada en ese lugar.

Fue una super-gran-agradable-grata-sorpresa encontrarla; un mar de buenos recuerdos de mi padre ‘al instante’ me evocó la ‘imagen instantánea’ —como una vez que me dijo «hijo, la capital de Australia no es Sidney, es Canberra»—…

… Hoy tu foto está en mi escritorio, y recuerdo tus enseñanzas con gran cariño. Papá, feliz día del padre, se te extraña cada día.

[En memoria de Federico Ortiz Cabrales: 1948 – 2022]

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