Algo huele mal.

Desde los inicios de mi vida escolar, y aún antes, solía yo ser un niño con un mil de preguntas y dos mil de curiosidad por saber como funcionaba el mundo natural, las ciencias y las matemáticas —aunque en mi niñez no supiera nada de nada, la neta del planeta—. Desde temprana edad mostré disposición y talento para la escuela; ya en secundaria descubrí jugosos filetes de conocimiento bien chingonometricos a los cuales hinqué mis recién adquiridos dientes permanentes —»mírame los dientitos», exclamó el aterrador e hipotético, cuasi-imaginario duende de la zanja— como algebra, trigonometría, física, química y la bien-pinches-fascinante: [presentar con redoble de tambores y humo de multi-color]:

«Surgida directamente en el antiguo Egipto, transformada en la época greco-romana y potenciada en el siglo diecinueve —»a la ma» el XIX da para una serie completa de blogs y podcasts, wink-wink— con ustedes la siempre-super-fascinante aunque a-veces-mal-comprendida mas nunca soporífera (siempre insoporífera).. con ustedes hoy, aquí, ahora, con nosotros, ‘in da jaus’: laaa biiiooolooogíííaaa» [EhhhHHHhhn, aplausos, ovación de pie, la ola, la ola y así].

—¡Amos Ka!—. Ok, ok era mi materia favorita en la secu, pues; en realidad todas lo eran, pues. Weno, a decir verdad tenía yo especial interés por las ciencias naturales. Las ciencias naturales y el método científico —Nooo, no es aburrido, nooo, ¿quién dice? nooo— y por los concursos científicos entre escuelas secundarias —mencioné que me resultaba… ammm, sí ya lo dije—. Bueno, el punto es que ese año, mil novecientos noventa y… DOS, sería, co-participé yo en tres equipos con un proyecto cada uno: el aparato circulatorio, el desalinizador solar y el cultivo hidropónico —la hidroponía da para hacer una empresa global de hierbas medicinales que dan risa, guiño-guiño—.

Es en este concurso científico de 1992, en la secundaria del ejido Oaxaca (en Mexicali, Baja California, México) donde lo que voy a relatar le sucedió al primo de un amigo —sí, eso, exactamente, así fue—.

Cuando llegaron al baile, a bailar se dirigieron —pues sí, ¿no? ¿o qué?—… Si mal no recuerdo ya habían pasado los jueces por nuestros puestos a escuchar las grandilocuentes maravillas científicas y tecnológicas, epopeyas de portentos por la humanidad, oh yeah; así fue hasta que en el último proyecto, olvidé los diálogos de mi actuación, recité la parte que no me tocaba y terminé descuadrando la presentación <insertar aquí miradas confusas> —fue algo hermoso, juar, juar, juar—.

Después de nuestras presentaciones los jueces iban a deliberar los proyectos y los exponentes iban a liberar un lonchecito merecido. Primero «chomp, chomp, chomp», luego «glug, glug, glug», después «ahhh» y «burrrp». Más tarde «grrru, borrrg, igrrr».

Ay no.

No ahora, por favor.

En esto no quedamos, ¿sí?; a paso veloz al baño me dirigí, a paso apretado papel no conseguí. ¡Ya valí, eso creí! —»Monesvol, aunque no existas, no me abandones así» y del recinto salí. Entre la multitud el auto de mi padre y a él estacionando en la acera, vi. —yaaa chole con la rima, hasta aquí—.

—Hola pá, que bueno que vino, ¿trae papel en su carro? es que aquí no encontré y pues, urge… ¿Sabe qué? Mejor vamos a la gasolinera, está más cerca. ¿¡Khe!? ¿Cerrada? Dele para allá, por el camino un matorral habrá. Ahí hay uno. Aquí mero.
—A toda prisa bajé del carro y detrás de unos arbustos me concentré en el asunto urgente, el cual fue resuelto y liquidado de forma expedita —y expedote, LOL—. Aunque cuidadosa la maniobra, también apresurada y, sospecho, embarrada oculta y misteriosa.

—Regresé al baño de la secundaria, lavé mis manos con agua y jabón, revisé varias veces mis ropas y zapatos; no noté nada raro mas «algo, algo huele mal»; es mi imaginación, pensé. [Lo feo:] ya no logré ignorar un tenue pero característico aroma a «inmundicia». [Lo malo:] fuese real o fuese imaginario, se fue todito al carajo el plan del día: hablarle a la chica que me gustaba. —Ni modo, otro día será—. [Lo bueno:] mi padre jamás rajó; nunca supe que le contara a nadie sobre el incidente. Ni yo tampoco; tal vez sea esta la primera vez que escribo —tal vez no, ¡seguro!— sobre la embarrada oculta y misteriosa…

O sea, es decir: primera vez que el primo de un amigo escribe sobre la embarrada oculta y misteriosa y la vez que ya no le habló a la chica que le gustaba porque, real o imaginario: algo huele mal. Sí, eso, exactamente, así fue…

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