Que rollo.

Existen pocas —muy pocas— fotografías con mi imagen que hayan sido tomadas en mis tiempos de universidad. De cualquier modo, antes de relatar la historia de hoy, les voy a dejar una foto de mi grupo de sexto de primaria; ya sé que no es lo mismo ni es igual pero casi-casi, pues.

La foto fue tomada en 1989 o 1990, en cuadro aparecemos: Omar, Edmond, Francisco (yo merengues), Gilberto, Luis, Moises, Edgar, Gerardo, Noe, Beatriz, Aide, Angelica, Yesel, Erika, Serenity, Macrina, Mirna y el profesor Edmundo.

Buenos tiempos, buenos recuerdos de cuando éramos jóvenes, muy felices; cuando todavía no teníamos cuentas por pagar cada mes…
… Bueno, «pos» como les iba diciendo: fotos de mí en la uni hay algunas pocas, muy pocas; tal vez sería porque revelar rollos fotográficos era todo un rollo, o porque aún no se terminaban de inventar las camaras digitales con memoria SD —recuerdo que alguien alguna vez llevó una camara con interface de diskette, una «verdavilla maradera»—, tal vez sería porque andaba ocupado siendo feliz a mi manera entre clases y reuniones de estudio —sí, de estudio dije, ¡salud!—, o tal vez fue porque entre clases reprobadas, dudas académicas y los ‘pedillos’ típicos de la etapa universitaria, olvidé tomar la foto, pedir una foto y posar para la foto. O tal vez fue la probadita de realidad que tuve desde el primer semestre: ya no aprobaba los exámenes sin estudiar, las tareas las sudaba cada vez más; dejé de ser el chamaco académicamente sobresaliente que solía ser de primaria a prepa y me convertí en el estudiante que sacaba seises, sietes y algunos ochos; quien era práctico y curioso; quien investigaba en la biblio y quien encontraba en internet soluciones para que —apenas raspando— lograra presentar los proyectos a tiempo. Buenos tiempos, buenos recuerdos, felicidad intermitente; ya había algunas pocas cuentas que pagar cada mes…
[Fast forward:] … pues con todo y todo, «a tiras y tirones» me gradué en 2001 a mis 23 años como Ingeniero en Computación por La Universidad Autónoma de Baja California, generación XXIII. Ya desde 1999 había yo estado viviendo en una casita que mis padres sacaron a crédito en la ciudad y comenzado a trabajar en una fabrica de televisores en Chicali City, así que una vez pasadas las borracheras y las resacas de las celebraciones, el paso natural era continuar viviendo y trabajando como hasta entonces —y sucedió así—. Trabajaba durante los días de la semana mientras que fines de semana ocurrían alguna de estas dos variaciones espacio-temporales: visitar la casa de mis padres en el Valle de Mexicali —la casa de mi infancia y juventud— o tirar la casa por la ventana en alguna celebración por todo —o por nada—, invitados: mis amigos de la escuela, o del trabajo, o carnita asada, bebidas refrescantes y hojas de hierbas secas humeantes aromáticas —no, no son de las que dan risa— hasta el amanecer —algunas veces en domingo—.

… En una ocasión, no recuerdo todos los detalles, tal vez mediodía seria, desperté a los tañidos de la puerta frontal… mejor dicho mi acompañante despertó a los tañidos de la puerta y, dijo «alguien toca», luego los llamados cambiaron a la puerta lateral, primero, y a la ventana trasera después; me incorporé y me asomé por la cortina; reconocí a mi padre. Al abrir la puerta de la cocina, él se detuvo en seco y miré que miró cierto bolso de mujer sobre la mesa, y luego me miró directo a los ojos y ahogando una sonrisa que yo no entendí, solamente dijo «andaba aquí cerca, tu madre me dijo que viniera a ver como estabas… ya me voy», —»estoy bien» respondí, y se fue. El siguiente fin de semana que visité la casa de mis padres, él me saludó con esa misma sonrisa en su rostro y dijo «los hijos crecen» wink-wink.

Como les iba diciendo: ya casi finalizados mis días de universidad; cuando ya estaban por llegar en serio las cuentas por pagar y sin tantas fotos mías de mí, ni de mi en mi paso por la uni: sucedió la ceremonia y fiesta de graduación. Previo, le pedí a un buen compañero de trabajo que en ese entonces era fotógrafo profesional, una cámara de sus cámaras —pues sí, así le dije «Modesto, presta una cámara de tus cámaras»—: una semi-profesional, una no muy «pro», ni muy aca —me impartió un curso rápido de cómo usarla, y listo—; el mero mero día de la celebración, entre risas y musica, entre brindis y bailes, entre discursos y amigos, disparé el obturador unas siete mil veces y el mero mero día de la revelación: no salió ni una sola imagen —ni una sola—. ¿¡KHE, rollo velado!? La chica de me explicó «velado no, sin exponer»… Y esa es la razón por la que, en este artículo puse una imagen de mi grupo de sexto primaria y no de la gradu de la uni —es casi-casi lo mismo, aunque no igual—.

NOTA: a todos los asistentes de la original, a ver cuando nos volvemos a reunir otra vez para hacer reconstrucción de hechos de la «fiestonga de gradu» y volver a tomar las fotos, esta vez con el rollo debidamente instalado en la cámara. Ok, no pues, LOL (me río en inglés). Fueron buenos tiempos; quedaron buenos-buenos recuerdos.

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