1000 por Baja: San Felipe – San Luis Gonzaga.

Rodando de día: San Felipe – Puertecitos.

La alarma-despertador debió sonar a eso de las 5:30 de la mañana; otra vez le gané por unos minutos. Cuando me levanté mis compañeros de habitación aún dormían. Rápido, procurando no hacer ruido, me bañé, me vestí y me peiné, me puse las mangas en brazos y piernas, me apliqué bloqueador solar y crema anti-rozaduras, alisté mis cargadores —de batería no de arma—, hice un check de equipo y luces, puse mi ropa sucia dentro de una ziploc y empaqué todo como pude —o la maleta había encogido o el contenido había crecido—. Para entonces ya estaban todos de pie y listos para ir a desayunar.

Nos encaminamos, sin saberlo, al bar del hotel el cual estaba cerrado; Daniel nos indicó que el restaurante estaba del otro lado así que fuimos hacia allá; al llegar nos informaron que no había llegado el cocinero. Salimos caminando del establecimiento y unas tres calles adelante entramos aun restaurante que ofrecía bufete; había chilaquiles y menudo; algo ligero para pedalear a gusto. Luego de desayunar regresamos al hotel y cargamos el equipaje y las bicicletas en las camionetas que nos iban a arrastrar hasta el punto de arranque. Ya no recuerdo porqué fue que se hacia tarde y  no terminábamos de salir; a más de uno nos provocaba ansiedad la situación. Eran más de las 9:30 cuando las camionetas por fin se pusieron en marcha rumbo al punto de salida; para calmar los ánimos llegamos a un autoservicio de esos amarillo con rojo por unas bebidas espumosas —muy importante— también adquirimos otras chucherías como remedio para labios resecos, bloqueador solar, pomada de la campana, vaselina y baterías.

Casi a las 10:30 llegamos al kilómetro cero de la carretera de lleva a Puertecitos. Hora de bajar las bicicletas, armarlas, cargar agua, aplicar bloqueador, asegurar casco, ajustar zapatillas y posar para las fotos. Arrancamos con clima fresco, cielo nublado y posibilidad de lluvia. Estos 74 kilómetros fueron tal vez el peor castigo durante la travesía para bicicletas y ciclistas. El cansancio del día anterior, el viento en contra, la lluvia chipi-chipi, el camino mojado, el lodo, la grava suelta, las piedritas con filo y el pavimento en malas condiciones —intransitable ¡era terrecería pintada de negro!— provocaron frustración y enojo en algunos desafiantes y a Lore un corte en la llanta delantera.

Casi llegando a Puertecitos nos esperaba la camioneta frente a Playa Curvina; era el punto de reunión y abastecimiento; esos fueron los sándwiches más sabrosos que he comido este año y el anterior y el anterior. Cuando llegué ya esperaban Hector y Karla; me uní al debate de los tiempos de llegada. Poco a poco fueron llegando los demás —no recuerdo el orden exacto— Raúl, Luis, Jackie, Alex, Noala, Jorge y al final Ana y Antonio. Mientras se hacia tarde y esperábamos a reagruparnos surgieron la duda de continuar esa tarde o quedarnos a acampar en ese punto y la controversia limitar tiempo y velocidad para el último del grupo. Después de sopesar las opciones, Alex decide que podemos continuar; nos advierte que no va a ser nada fácil rodar de noche, con lluvia y en subida. Tan pronto escuché eso monté la bici y arranqué junto con otros cinco compañeros.

Rodando de noche: Puertecitos – San Luis Gonzaga.

Sería el descanso o sería la emoción, no lo sé pero ya no sentía cansancio ni recordaba las penurias de las anteriores 5 horas. Rodábamos en pelotón, parábamos a tomar fotos; vimos un arcoiris doble que se dibujaba a lo lejos sobre el mar; Hector iba adelante por un rato, después Jorge, después yo. En terreno plano y en bajada logré seguir bien el paso pero en las subidas comencé a quedarme en la cola. Más subidas y más distancia me separaba de ellos: «no me dejen aquí». El sol recién se había ocultado cuando en una subida muy larga —creo que le llaman ‘el huerfanito’— me quedé definitivamente atrás; «‘ches batos»: dije por abandonarme y continué pedaleando a mi propio paso. Al llegar a la cumbre ya era de noche, apagué mis luces y contemplé la total oscuridad y escuché silencio en cada dirección —¡maravilloso! que bien es estar sólo, pensé— me quedé ahí unos minutos y reanudé el pedaleo, ahora en bajada, en silencio, a oscuras, a cuarenta y cinco por hora(que bueno es estar aquí).

Durante largo rato pedaleé a solas, a oscuras, conversando en silencio conmigo mismo bajo el cielo negrísimo, nada más se escuchaba el viento silbar en medio del cañón y a lo lejos una risa femenina… «¡Agh, no! ¿La llorona risueña?¿Pero cómo? Si yo no creo en eso». Detuve mi marcha para escuchar mejor, apagué las luces y observé en dirección a donde provenían las risas… Ahh es la camioneta escoltando a dos de las chicas, ahora sí, que alivio. Pedaleando nuevamente en bajada miré una luz de ciclista que venia en sentido contrario, era Jorge, se le habían caído algo y regresó a buscarlo. Karla, Jackie y la camioneta nos alcanzan y entre todos ayudamos a George a encontrar sus lentes. Durante unos kilómetros volvemos a rodar en un sólo grupo y más adelante nos separamos en dos; adelante van Luis, Jorge y Hector; atrás vamos Karla, Jackie, Hugo y yo. —Que bueno es estar acompañado— hay tiempo para conocerse uno a otro, conversar, darse ánimos y aprender. Karla y yo platicamos largo rato, me enseñó un par de trucos ciclistas, mucha gracias Karla.

Los últimos 20 kilómetros fueron de sufrir.¿Más subidas?¡No inventes!¡Ya no quiero!¿Cuanto falta?¡Ya que se acabe!Después de parar a rellenar las ánforas, Salvador nos grita desde la camioneta «ya solo falta una subida, una bajada, el retén y ya llegamos».* Que no sea mentiras compadre, porque así me a ir *.Íbamos, —iba yo— casi en modo zombie, silente, jadeante, sudante, todo agotadote, pensante en ya subirme a la camioneta mejor…- Ahí está el reten, ¡ya llegamos!- Tenemos que ir hasta la tiendita; allá están las luces.La mitad del grupo ya estaba en la tienda, algunos llegaron en camioneta y otros en bicicleta. Casi una hora después arriban los últimos.Una cerveza, ¡salud!— ¿Quién se va a bañar? ¿Cuántos somos?— Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… ¡Somos ocho!— ¡Siete nada más, yo no! —Exclama alguien—.Otra cerveza ¡salud!

Rodamos unos 1000 metros por una terracería hasta donde armamos entre todos el campamento a unos 20 metros del mar. El cielo estaba despejado y estrellado. Habíamos completado la segunda jornada; cansados todos, algunos enteros todavía y otros ya lesionados; estos dos días de pedalear cobraron con labios reventados y traseros rosados. Cenamos, platicamos un rato y fuimos a dormir ya tarde. Esa noche compartí casa de campaña con Antonio.Good night, Lorena.

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