Mi sueño más grande…

Es el que me agarra a mediodía, después de comer.

— ¿Qué? Ok, no pues.
A decir verdad pocas veces he padecido afamado e infame mal del puerco, also known as ‘sonmolencia postprandium’.
—¿Ya ves que sí suena grave? Como a que comes y te da sueño, cómo a que duermes y despiertas con hambre.

¿Y a qué cuento viene todo esto?
Pues a que hoy completo ‘veinte-y-tantos’ días que —a manera de experimento— comencé a despertarme temprano, por ahí de las cuatro treinta o cinco de la mañana; a veces hasta me he levantado a esa hora. Los primeros quince mil trecientos días han sido los más complicados pues sonaba el despertador y no lo escuchaba; se encendían las luces automáticamente y no las miraba; despertaba con un ojo y me volvía dormir con los dos; miraba el reloj, ‘parpadeaba tres segundos’ y pasaban dos horas; se agotaba la música temporizada antes de ponerme en pie; perdía el autobús de la ‘secu’ y de la ‘prepa’; llegaba inpuntual a citas en las primeras horas de la mañana —mi madre solía decir que nací dormido y que la enfermera tuvo que echarme agua para despertarme; por supuesto es sana carrilla nada más—.

En una ocasión, de hecho en varías, yo también me dije ‘voy a cambiar’, ‘el lunes comienzo’, ‘año nuevo, nuevo yo’, ‘lo decreto’ y toda clase de sinsentidos absurdos que uno suele pronunciar cuando no ha dormido bien. ¡Y pues no! No funcionó. ¿Qué esperaban?

Los hábitos que uno se programa, se auto-instala y ejecuta durante meses o años no desaparecen solo porque ya amaneció, ni porque es lunes, ni porque es primero de enero, ni tampoco por decretos imaginados.

Que para en la vida, en el mundo, en el amor y en todo triunfar, madrugar. Y que los millonarios se levantan a las cinco de la mañana, y que por eso les va tan bien; y que al que madruga le amanece más temprano; y que uno que madrugó se encontró dinero, y que más madrugó el otro que lo perdió; y que ya viene amaneciendo, el sol ya nos alumbra, levántate, no seas ingrata; compadre, vámonos ya compadre, ya se acabó la botella y no sale la mujer, vámonos, vámonos —¡Ah que caray!—. En resumidas cuentas, que es más complicado aplicarlo que decretarlo.

¿Que tal dormir temprano, descansar lo necesario, naturalmente despertar antes que el sol y repetir? Esto suena más sencillo de lograr —de hecho lo es— al principio, cuando no estás acostumbrado todavía, vas a la cama aunque no tienes sueño, cierras los ojos y finges dormir hasta que indefectiblemente —ah, no encontraba cómo utilizar esa palabreja— haces que suceda: zzz, zzz, zzz.

No puedo asegurar que no volveré a desvelarme mas puedo afirmar que los resultados del experimento me están agradando: me concentro mejor, mis días rinden más, no tengo ataques de hambre, [creo que] tomo mejores decisiones —al menos más ágiles—, en general estoy más atento y alerta, percibo completar mis tareas de forma más eficiente y comienzo a encontrar tiempo para cultivar mens e corpore.

Los hábitos —productivos, anti-productivos o contra-productivos— no ocurren de un día al siguiente; se instalan en uno al repetirlos sistemáticamente durante días y días.

Si quieres conquistar el mundo, duérmete temprano.

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