1000 por Baja: Loreto a Los Cabos.

Buen día Lore.Esa mañana en Loreto tocó desayunar frente a la playa, después arrastre hasta Villas del Palmar donde comenzamos a pedalear. Desde hace un par de días Alfonso y George mencionaban lo difícil que iba a ser escalar el Ligüí en la etapa Loreto a Constitución —que si el Ligüí para allá, que si el Ligüí para acá—. A unos veinte kilómetros de la salida había algunas cuestas; después de superarlas pensé «ese Ligüí estuvo fácil». Solo para confirmar, y no verme tan mamucas, pregunté «¿y dónde es que comienza el Ligüí?» allá adelante —respondió Alfonso mientras apuntaba a una montaña—. ¡Agh, no inventeis! Eso fue una escalada categoría tres de casi 12 kilómetros, con tramos donde la pendiente alcanza 20%(yo creo).– Si tuviera otro plato, este sería momento de usarlo.– Si tuviera otro plato, necesitaría otro plato más.Al trepar siento que las piernas me queman, los pulmones jalan todo el aire que pueden, el cuerpo caliente, estoy bañado en sudor. Vi a Noala subir el Ligüí y bajarlo y subirlo de nuevo; esa tarde durante el arrastre también lo vi, por primera vez, permanecer en silencio más de cinco minutos —bien dormido—. Noala venció a Ligüí pero Ligüí noqueó a Noala.

Como a treinta de llegar a Insurgentes, con viento cruzado nos alcanzan los ‘elites’, se colocan delante de nosotros y formamos un sólo pelotón; rodar tras Alberto y Karla es una maravilla, ambos son ciclistas experimentados, de técnica elegante y movimientos calculados. Karla me dice «Fer, ponte acá, media rueda, no pases el bloqueo, en medio, ahí guardado del viento». Son las dos de la tarde, ya estamos en Ciudad Insurgentes, vamos a reagrupar —Karla, eres un amor; Alberto, tú también—.

En el tramo Insurgentes-Constitución, venia yo en la cola del pelotón, sentí que no podía sostener el paso, hice un ademan en señal de renuncia y me solté… No sé como, no sé cuando pero Karla estaba tras de mí voceando «Fer, es sólo un poco de dolor, si te quedas te va a costar más. Pégate, no te dejes».Lo siguiente que recuerdo es pedalear tras ella y, al voltear hacia atrás el resto del pelotón se había quedado, me dijo «ya te viniste, ya te jodiste». En ciudad Constitución me encontré con mi colega ingeniero Edgar de la Rosa, un amigo de la universidad al cual no miraba desde hace como quince años. Esa tarde, después de cenar, hubo arrastre hasta La Paz, nos brincábamos esa sección porque prácticamente no había carretera —pensamos: mañana en La Paz vamos a pedalear al rededor para compensar la distancia— !huy sí, ‘pedalear’ como no!

La pedaleada al rededor de La Paz no fue tal, no hubo tampoco descanso pero sí paseo y convite. Aurelio nos prestó su embarcación para ir a conocer playa Balandra —delicioso ceviche para comer—, más tarde nos reunimos en su casa; escuchamos la música de Noala y comimos las hamburguesas con la receta secreta y deliciosa de Chava Leyva —McDonald’s, no insistas, no está a la venta—. Camino a casa de Aurelio; encontramos una marchita manifestación pro Fidel Castro; al paso Noala grita «hasta la victoria» y los de Antorcha Campesina vitorean.

A las cinco de la mañana Alfonso y Raúl salieron en un arrastre particular desde La Paz rumbo al punto de arranque, el resto dormimos un par de horas más, luego desayunamos en el hotel y empacamos, pasadas las nueve comenzamos a rodar. Al llegar a Todos Santos, foto y vídeo en el Hotel California, los ‘elites’ nos alcanzan y no hay rastro de los viejones todavía. Formamos el pelotón y dos calles adelante las mejores carnitas de la región fragmenta el grupo: —deme cuatro tacos— luego recapacito, —nada más dos—. Al reanudar la marcha me sobreviene el remordimiento —debí pedir pa’ llevar— y en la primer subida me vuelvo a quedar. Raúl está ponchado, lo encontramos a veinte de llegar. Subir esa cumbre de la hidroeléctrica o nucloeléctrica —o como se llame— fue para mi la trepada más complicada que puedo recordar; otra vez en último y otra vez la camioneta atrás(aunque esta vez no es de preocupar). Luego las fotos en la cima, la bajada a la ciudad de San Lucas; al adentrarnos en las calles los más curiosos preguntan:– ¿De donde vienen?– De Mexicali.– ¡No!– Claro que sí.* ¡Crucen juntos, no se separen! *Y al llegar a la finisterra llegan también los abrazos y la felicitación.¡Lo hicimos, llegamos!

1000 por Baja: Santa Rosalía a Loreto.

Guten Morgen, Lorena.Es sábado y el cuerpo lo sabe -alarma, empacar, desayunar, rodar-.Junto con el desayuno nos obsequiaron pan de horno de piedra y café. Luego el ritual de subir maletas a la camioneta y acomodarlas.—Cada quien, responsable por sus cosas—. Y en un parpadeo un desconocido sustrae una maleta rosa de Diana; las cámaras de vigilancia muestran al autor, un huésped del hotel, mas no su rostro. Bye, bye maleta rosa, te recordaremos siempre.

A las siete de la mañana ya estábamos rodando los primeros y tres horas después arribábamos a La Heroica Mulegé; oasis repleto de palmas datileras en la desembocadura del río Santa Rosalía; un pueblo tranquilo que se sostiene de pesca y turismo; para donde mires todo se ve muy bonito: puedes practicar kayak, buceo y ciclismo —eh ¿qué tal? ¡ciclismo!—. Hicimos un tour por la Misión de Santa Rosalía de Mulegé y nos tomamos más fotos -adivinaste-. Otra pose y otra foto, otra cámara y otra foto, otra foto y otra más. ¿Nos podemos quedar a vivir aquí?– ¿De quien es una bicicleta roja que dejaron tirada? Allá la lleva uno.– Aurelio se puso pálido.– Raúl se ríe: «es una broma».

Al filo del mediodía reanudamos nuestra travesía hacia Playa Santispac sobre la carretera federal número uno. Alfonso y Raúl salen primero, detrás vamos Carlos, Demetrio, Antonio y yo; me adelantan. Continuo a paso lento y después de cuarenta minutos nadie me ha alcanzado, eso es extraño. Como a la una de la tarde, en la última bajada alcanzo a Antonio y Carlos que habían parado a tomar fotos desde el mirador:– ¡Ya llegamos, aquí es Santispac! ¡Demetrio se fue de paso! Alguien vaya por él.– ¿Han visto a Alfonso? Vamos a buscarlo al restaurante; allá hay cervezas.Una cerveza ¡Salud! Otra cerveza ¡Salud! «Internet: 20 pesos la hora».Por veinte pesos obtengo señal y trabajo de la oficina. ¡Demonios, me encontraron!Al rededor de las dos de la tarde comenzaron a llegar los demás; no alcanzamos a Alfonso —ni Karla nos alcanzó— porque habían parado a comprar ceviche a orilla de la carretera.

Esas noches en Santispac fueron de lo mejor: sin internet, ni electricidad, ni agua entubada; solo arena, sol, cielo estrellado, largas platicas con nuevos amigos y cervezas, muchas cervezas. Les voy a contar lo que ocurre por las noches en esa playa: se llama bioluminiscencia y se produce cuando al agitar el agua, con tus pies o manos, las algas reaccionan emitiendo un tenue resplandor verde —¿pues qué esperaban?—.

Día de lavandería en Mulegé:– ¿Quién va en la primera tanda? ¿Quién se queda?Unos fueron, otros encargaron y otros no lavan ajeno.El domingo es día de misa para el dueño de la lavandería; Hotel Hacienda accede a lavar y secar nuestras ropas. Mientras esperamos en el patio caen las toronjas maduras de las copas de los arboles, comemos una o dos de ellas.

De vuelta en Santispac, nuestro staff de lujo nos prepara la comida y la bebida:– ¿Alguien quiere agua de sabor?– Yo, por favor.– Don Fernando, pruébela. Siempre me dicen que me queda desabrida.– Está muy buena, gracias… —Oh wait! ¿Como que «don»? ¡Mañana me corto el cabello y me afeito!—.Otro plato y agua de sabor, más calabacitas asadas y una cerveza —chomp, chomp, chomp, glu, glu, glu… buuurp— después reposar, platicar, volver al mar, mantenimiento a la bici, bañarse a jicarazos con agua fría, esperar la cena, cenar, reír, platicar hasta tarde y dormir en un catre bajo las estrellas. Lo dicho, fue de lo mejor, Luis dice «yo creo que yo sí podría vivir así unos dos años», y pienso «yo creo que yo también».

Buenos días Lore-na, nos vamos para Lore-to. Desayunar, levantar campamento y rodar.Sin novedad hasta llegar al pueblo. Karla, Alberto y Hector ya llegaron. Como las dos de la tarde los alcanzamos en la plaza. Estamos hambrientos vamos; al restaurante. Comemos —devoramos— y bebemos unas cervezas, tomamos unas fotos y rodamos por el malecón hasta el hotel donde sospecho se hospedaban las chinches que nos pusieron una friega a todos. Esa tarde después de instalarme, salí a cortarme el cabello, al regresar ya no me reconocían. Cenamos pizza con cerveza y fuimos a dormir.Good night, Lorena.

1000 por Baja: Guerrero Negro a Santa Rosalía.

A San Ignacio.

Tiii, tiii, tiii…¡Arriba!Son las 5:30 de la mañana…Por alguna desconocida razón, durante toda la travesía, siempre desperté antes que sonara la alarma y sospecho que estuve listo —bañado y cambiado— antes que todos. Rutina mañanera: empacar, desayuno en La Espinita, en camioneta a la salina y regresamos al hotel para hacer checkout y salir rodando desde ahí. —En la salina pues hay sal, mucha sal, muuucha pinche sal, hace como 60 años un estadounidense comenzó a extraer la sal, y hace como 40 le vendió al gobierno y a Mitsubishi la salina con todo y sal, anualmente producen como 8 millones de toneladas de sal, Japón  y Corea son los que más compran sal, y a donde quiera que volteas miras sal, mucha sal, muuucha pinche sal—. Como ya era costumbre, Alfonso nos volvió a hacer madruguete y salió rodando primero.

En la salina, Guerrero Negro. Fecha: jueves 24 de noviembre de 2016. De arriba a abajo y de izquierda a derecha: Demetrio, Hugo, Ana, Alex, Alfonso, Diana, Jackie, Alberto, Raúl Arguello, George, Karla, Raúl Rodríguez, Noala, Fernando, Antonio, Leslie, Aurelio, Luis, Carlos y Hector. Fotógrafo: Salvador Leyva.

En esta parte el relato es más de lo mismo: que si pedaleamos, que si dolían las piernas, que si el trasero rozado, que si viento en contra, que si pavimento, que si la subida, que si la bajada, que si el trafico, que si paramos, que si solos, que si en grupo, bla, bla, bla…Fast forward: a eso de la una de la tarde llegamos a El Marasal donde nos reagrupamos, descansamos y comimos:- Nos quedan 3 horas de sol y faltan 70 km para llegar; los números no dan, creo que nos va a caer la noche-. Y pues que nos cae la noche; a eso de las 4:45 estaba totalmente oscuro, paramos para esperar a la camioneta, instalamos las luces y continuamos: Alex, Noala, Carlos, Antonio, Demetrio, Raúl, Alfonso y yo. Otra vez rodando de noche, otra vez la ansiedad por llegar, otra vez sentimientos encontrados, otra vez el camino que no parece terminar. Otra vez cambio de plan: siempre no vamos a acampar, mejor en hotel pernoctar ¡bieeen!

Al llegar a San Ignacio su querida le avisó; Benito, te andan buscando, eso es lo que supi yo. —¿O cómo era?—.Al llegar a San Ignacio un amigo me avisó; Fernando, ya están cocinando, eso es lo que supe yo. —Ahora sí—.El club de ciclistas de San Ignacio nos recibió con un convite, tacos de pescado y bebidas; obsequiaron al grupo una camiseta conmemorativa y un trofeo artesanal que ellos mismos fabricaron. Por la noche los niños estaban fascinados con los sonidos del ukulele y la trompeta de Noala y por las luces fosforescentes que Karla les regala. A la mañana siguiente la fascinación la proveyó la original bicicleta de bambú construida por el profe Raúl. Mil gracias, gente de San Ignacio por su hospitalidad.

A Santa Rosalía.

Arrancamos de San Ignacio como a las 9:30, después de las respectivas fotos en la misión. Pedaleamos en subida y con viento en contra —que novedad—; durante unos 20 km mantuvimos formación ordenada pero al llegar a un columpio todo se fue al carajo; el grupo se fragmenta, los ‘elites’ se adelantas y los ‘elotes’ a la cola. A los 25 km nos detuvimos a degustar el famoso pan de dátil —chomp, chomp, chomp—. La bicicleta de Carlos sufrió avería con la cadena; Alex hizo un quickfix y continuamos. Siguen 15 km en subida, luego una bajada de 3 km, después 15 km planos; nos detenemos y reagrupamos a los 60 km, abastecemos y posamos para el dron. Lo que sigue es una bajada de 10 kilómetros, impresionante, empinadísima(promedio: -15%), veloz, peligrosa y muy, muy emocionante, casi celestial —la cuesta del infierno le llaman—. Una lagrima me escapa por el rabillo del ojo cuando alcanzo los 60km/h -Noala y George me rebasan —¿Cómo hacen eso?—.

Al llegar a Santa Rosalía, nos adentramos unas ocho calles en el pueblo y nos detuvimos; no sabíamos donde queda nuestro hotel. Hacía ya un par de horas que los primeros habían llegado. Continuamos hacia el hotel y nos instalamos. «Hey, pónganse guapos, vistan pantalón y zapato cerrado los varones; nos invitaron a cenar a un restaurante; es muy ‘nais’, parece». Casi tres horas más tarde estábamos devorando los platillos que sirven en el comedor de la mina El Boleo. Que bueno estaba todo; riquísimo. Las tripas ya me llamaban por otros nombres: ‘Grrregorrriooo’, ‘Igggooorrr’. —En el tour nos dijeron que la mina es explotada por empresas coreanas y que produce cobre, cobalto y zinc—. Panza llena corazón como te quiero. De regreso al hotel, cero cheves y a dormir. Nite nite Lore.

1000 por Baja: Punta Prieta a Guerrero Negro.

Buenos días, Lorena. Amanece en Bahía de los Ángeles: baño, desayuno, empacar, levantar campamento y ‘juimonos’. «No olviden parar en el mirador para la foto» —¿Ya vieron? Allá va un lobo, ¡un coyote!— Y más adelante encontramos otro. «¿Y la foto apá?» —Se nos pasó el mirador, ya ni modo, ¡vámonos!—. Camino a Punta Prieta Diana nos compartió un canto indígena delicado al coyote y al terminar Hugo pidió otra rola ‘más bailable’.

La noche anterior alguien mencionó «Alfonso siempre nos deja, sale primero y ya no lo alcanzamos» —eso mismo pensaba hacer yo—. Tan pronto llegamos a Punta Prieta, salté de la camioneta con casco y guantes listos, zapatillas ajustadas, bajé y armé la bici, cargué agua y … Alfonso ya nos había ganado el tirón; detrás de él salió Raúl y yo después. Como a 5 kilómetros alcancé a un ciclo-turista que venia desde Bélgica atravesando Europa y Asia; había llegado a América por Alaska y se dirigía primero a La Paz y a Patagonia después; Janus es su nombre, habla ingles y algo de español, su edad no importa, está bastante bronceado, conduce su bicicleta con cuatro alforjas y una sonrisa. Justo antes de abordar la primera subida alcanzo a Raúl y a la vista está Alfonso, hago el esfuerzo para emparejarlo pero la pendiente es severa —puf, puf, agh— y Alfonso se despega. En el 40 vemos al lado del camino una manada de burros que observan curiosos a unos ciclistas. Al finalizar la zona de vados por fin alcanzo a Alfonso y vamos juntos platicando unos minutos; en la próxima trepada me vuelvo a quedar.

Después viene una bajada muy ligera, pavimento en buena condición, viento en contra —a veces cruzado—, carretera sin acotamiento y hay transito moderado de camiones de carga. En general los automovilistas son respetuosos; se abren para rebasar al ver que el carril está ocupado por bicicletas. Pero como nunca falta una piedra en el arroz, por ahí del km 90 escuché el ‘RRRR-RRRR’ de un trailer que venia tras de mí sin poder adelantar. Durante unos 5 minutos vino ahí; el camino no tiene acotamiento y el conductor ya no tiene paciencia; en cuanto hay oportunidad se abre un par de metros y comienza la maniobra de rebase… cerrando, un metro, cerrando, medio metro y cerrando… «¡TChing tzu ma, perplejo, te cambio para que sepas lo que se siente, perplejo!». Me asustó y me enojó tanto que al llegar al siguiente pueblo lo andaba yo buscando con la mirada para reclamar —ya sabes: tontera produce más tontera—. Paramos y reagrupamos en una gasolinera casi en el km 100, el plan era pedalear el tramo restante en grupo compacto… Sí claro, «grupo compacto», ¡toma tu grupo compacto! A todo mundo nos valió madres, íbamos como siempre pedaleando felices por cuenta propia. Llegando al arco tomamos la foto.–¡Hagan una linea!–Yo en la orilla no, los de la orilla salen gordos.–¡Formen en una linea!–¡Carro! Viene carro.

Algunos ciclistas de Guerrero Negro salieron a recibirnos y nos acompañaron los últimos 2-3 kilómetros antes de llegar al pueblo. Nos reunimos en La Espinita donde comimos y conocimos a Alberto, esposo de Karla,  muy agradables muchachos —ciclistas experimentados y elegantes—. Luego fuimos rodando unos 5 km hasta el hotel El Terrasal; nos encontramos con el hijo del dueño, nos dijo que se llama Gregorio, que es de Alemania y que le gustan [dos] muchachas mexicanas chaparritas —ah picarón—.Sin dudarlo pero sin saberlo dije:– Mira, él habla alemán.– Que mentirra más grrande.¡Y ándale! Que Hugo le responde hablando alemán.

Esa noche hubo pocas cervezas [para mi] y compartimos la habitación los mismos cuatro. Alex fue a impartir una plática a la universidad. El plan para mañana es: después del desayuno iremos a un tour a la Salina, dejamos las bicicletas en el hotel y al regresar rodamos desde aquí. Buenas noches, Lorena.

1000 por Baja: Punta Prieta a Bahía de los Ángeles.

Son las 5:20 de la mañana del lunes 21 de noviembre de 2016 en Bahia San Luis Gonzaga. Un desafiante sigiloso intenta abrir una de las camionetas, la puerta no cede pero la alarma sí suena fuerte y despierta a todos los que aún dormían. Entre risas y gritos -burrrro- nos ponemos en pie y comenzamos a preparar algunas cosas, esperamos el amanecer para tomarnos algunas fotos, platicamos largo rato mientras esperamos el desayuno; Alex nos cuenta acerca de sus vivencias durante el viaje al rededor del mundo y sobre un récord de 36 países. Por fin desayunamos, terminamos de alistarnos, empacamos, levantamos el campamento, subimos equipaje y bicicletas a la camioneta. Mientras tanto aparece el servicio de recolección de basura comandado por un perro que ‘surfea’ sobre el capó de una pickup.

Hacemos una última visita a la única tienda del pueblo: pipí, popó, caca, coca(coca-cola, malpensados) y partimos rumbo a Punta Prieta por la carretera federan número uno. Nos detenemos junto a una gasolinera abandonada donde un letrero marca ‘km 282’, frente al crucero de la carretera que lleva a Bahía de Los Ángeles.- Hoy está papita, bajadita y viento a favor.- Pues yo no he visto eso; ya toca.

Salté de la camioneta y preparé mi bicicleta lo más rápido que pude. Estaba llenando mi ánfora a toda prisa y escuché decir «Poncho ya se fue, el profe también». ¿Cómo? ¿Tan pronto? Y salí tras ellos. Pensé que estarían a la vista pero no fue así. Decidí ir a paso lento para esperar al siguiente grupo: Alex, Aurelio, Carlos y Demetrio. Durante unos minutos nos mantuvimos juntos después me quedé atras, luego ellos pararon y los adelanté. Más tarde nos alcanzaron y rebasaron el resto de los desafiantes. No hubo viento a favor sino cruzado, eso era mejor que viento directamente en contra, el pavimento estaba en buenas condiciones, el terreno era bastante amable; solo un par de subidas no muy largas ni pronunciadas y el resto con leve declive a favor -bajadita pues-. Fue una etapa corta que todos disfrutamos mucho. Lo mejor fue ver desde lo alto la bahía y la recompensa de un tramo de 8 kilómetros de pura bajada. Como podrás adivinar, paramos a tomar algunas fotos. El kilómetro previo a llegar al pueblo es una pendiente muy pronunciada, intenté bajarla rápido mas la fuerza del viento que soplaba desde el mar hacia la costa anuló tal intensión; hasta vi un perro ser arrastrado en la calle por tremenda presión.

Llegando y foto en el monumento de la entrada, luego dejar las bicicletas en la casa donde nos hospedaríamos, después a comer/cenar en Alejandrinas(buena comida, buen servicio y wifi). Ya en la sobremesa escucho a Noala decirle a Alex «… y la llave se explotó y se hizo un pinche tiradero de agua…», mi primer impulso fue gritar «atrás todos, soy plomero» pero se iba a escuchar bien pinche mamón, ademas  yo ni plomero soy. Tan pronto se corrió la voz de que estábamos sin agua se armó la revolución, hubo quien se fue a bañar a otro sitio, hubo quien culpó a terceros, hubo quien se resignó a no bañarse, ya saben, lo de siempre. Minutos después llegó el dueño de la casa con herramienta y llaves de repuesto; dos horas más tarde teníamos agua y sonrisas de nuevo.

Después de instalarnos en la casa, Noala preparó la tocada de la noche: «pero nooOoo, te conocí en Rosarito», «… y es que tu perro no tiene pedigrí»; unos escuchaban la música mientras bebían cerveza otros bebían cerveza mientas hacían mantenimiento, lo estábamos pasando bien. Recuerdo ver salir a Ana por la puerta y dirigirse a toda prisa a un costado de la casa; se sentía mal acaso deshidratada. Karla le brindó su experiencia y varios litros de liquido, a la mañana siguiente durante el desayuno Ana lucía muy bien.

Y fue durante el desayuno también que nos ofrecieron un tour a ver al tiburón ballena. Todos fueron menos yo, sentí que no me hacia falta verlo. Me quedé en casa para dormir otro rato, escribir en mi blog, hacer mantenimiento a la bicicleta y lavar mi ropa. Estaba yo terminando de tender cuando ellos ya estaban de regreso. Me pareció que regresaron muy rápido; apenas habían pasado como cuatro horas. Trajeron almejas y pescado. Salvador los cocinó; todo riquísimo: «chomp, chomp, chomp» solo quedaron las conchas vacías y los esqueletos ¡buuurp!

Después de comer y beber era tiempo de relax para mi; ya había lavado, secado y la bici estaba limpia. Por la noche otra vez la música de Noala y más cervezas ¡salud! Solo un rato pues mañana toca levantarse temprano, iremos de Punta Prieta a Guerrero Negro. Buenas noches Lorena.

Posdata, mis quejas hasta ahora:+ No hemos tenido viento a favor.+ Desde que salimos de San Felipe no hay señal de celular.+ La recamara de los niños huele a ‘humanidad’. ¡Abran una ventana, please!+ La canción «sin pedigrí» es muy corta; sugiero cinco perritas.

1000 por Baja: San Felipe – San Luis Gonzaga.

Rodando de día: San Felipe – Puertecitos.

La alarma-despertador debió sonar a eso de las 5:30 de la mañana; otra vez le gané por unos minutos. Cuando me levanté mis compañeros de habitación aún dormían. Rápido, procurando no hacer ruido, me bañé, me vestí y me peiné, me puse las mangas en brazos y piernas, me apliqué bloqueador solar y crema anti-rozaduras, alisté mis cargadores —de batería no de arma—, hice un check de equipo y luces, puse mi ropa sucia dentro de una ziploc y empaqué todo como pude —o la maleta había encogido o el contenido había crecido—. Para entonces ya estaban todos de pie y listos para ir a desayunar.

Nos encaminamos, sin saberlo, al bar del hotel el cual estaba cerrado; Daniel nos indicó que el restaurante estaba del otro lado así que fuimos hacia allá; al llegar nos informaron que no había llegado el cocinero. Salimos caminando del establecimiento y unas tres calles adelante entramos aun restaurante que ofrecía bufete; había chilaquiles y menudo; algo ligero para pedalear a gusto. Luego de desayunar regresamos al hotel y cargamos el equipaje y las bicicletas en las camionetas que nos iban a arrastrar hasta el punto de arranque. Ya no recuerdo porqué fue que se hacia tarde y  no terminábamos de salir; a más de uno nos provocaba ansiedad la situación. Eran más de las 9:30 cuando las camionetas por fin se pusieron en marcha rumbo al punto de salida; para calmar los ánimos llegamos a un autoservicio de esos amarillo con rojo por unas bebidas espumosas —muy importante— también adquirimos otras chucherías como remedio para labios resecos, bloqueador solar, pomada de la campana, vaselina y baterías.

Casi a las 10:30 llegamos al kilómetro cero de la carretera de lleva a Puertecitos. Hora de bajar las bicicletas, armarlas, cargar agua, aplicar bloqueador, asegurar casco, ajustar zapatillas y posar para las fotos. Arrancamos con clima fresco, cielo nublado y posibilidad de lluvia. Estos 74 kilómetros fueron tal vez el peor castigo durante la travesía para bicicletas y ciclistas. El cansancio del día anterior, el viento en contra, la lluvia chipi-chipi, el camino mojado, el lodo, la grava suelta, las piedritas con filo y el pavimento en malas condiciones —intransitable ¡era terrecería pintada de negro!— provocaron frustración y enojo en algunos desafiantes y a Lore un corte en la llanta delantera.

Casi llegando a Puertecitos nos esperaba la camioneta frente a Playa Curvina; era el punto de reunión y abastecimiento; esos fueron los sándwiches más sabrosos que he comido este año y el anterior y el anterior. Cuando llegué ya esperaban Hector y Karla; me uní al debate de los tiempos de llegada. Poco a poco fueron llegando los demás —no recuerdo el orden exacto— Raúl, Luis, Jackie, Alex, Noala, Jorge y al final Ana y Antonio. Mientras se hacia tarde y esperábamos a reagruparnos surgieron la duda de continuar esa tarde o quedarnos a acampar en ese punto y la controversia limitar tiempo y velocidad para el último del grupo. Después de sopesar las opciones, Alex decide que podemos continuar; nos advierte que no va a ser nada fácil rodar de noche, con lluvia y en subida. Tan pronto escuché eso monté la bici y arranqué junto con otros cinco compañeros.

Rodando de noche: Puertecitos – San Luis Gonzaga.

Sería el descanso o sería la emoción, no lo sé pero ya no sentía cansancio ni recordaba las penurias de las anteriores 5 horas. Rodábamos en pelotón, parábamos a tomar fotos; vimos un arcoiris doble que se dibujaba a lo lejos sobre el mar; Hector iba adelante por un rato, después Jorge, después yo. En terreno plano y en bajada logré seguir bien el paso pero en las subidas comencé a quedarme en la cola. Más subidas y más distancia me separaba de ellos: «no me dejen aquí». El sol recién se había ocultado cuando en una subida muy larga —creo que le llaman ‘el huerfanito’— me quedé definitivamente atrás; «‘ches batos»: dije por abandonarme y continué pedaleando a mi propio paso. Al llegar a la cumbre ya era de noche, apagué mis luces y contemplé la total oscuridad y escuché silencio en cada dirección —¡maravilloso! que bien es estar sólo, pensé— me quedé ahí unos minutos y reanudé el pedaleo, ahora en bajada, en silencio, a oscuras, a cuarenta y cinco por hora(que bueno es estar aquí).

Durante largo rato pedaleé a solas, a oscuras, conversando en silencio conmigo mismo bajo el cielo negrísimo, nada más se escuchaba el viento silbar en medio del cañón y a lo lejos una risa femenina… «¡Agh, no! ¿La llorona risueña?¿Pero cómo? Si yo no creo en eso». Detuve mi marcha para escuchar mejor, apagué las luces y observé en dirección a donde provenían las risas… Ahh es la camioneta escoltando a dos de las chicas, ahora sí, que alivio. Pedaleando nuevamente en bajada miré una luz de ciclista que venia en sentido contrario, era Jorge, se le habían caído algo y regresó a buscarlo. Karla, Jackie y la camioneta nos alcanzan y entre todos ayudamos a George a encontrar sus lentes. Durante unos kilómetros volvemos a rodar en un sólo grupo y más adelante nos separamos en dos; adelante van Luis, Jorge y Hector; atrás vamos Karla, Jackie, Hugo y yo. —Que bueno es estar acompañado— hay tiempo para conocerse uno a otro, conversar, darse ánimos y aprender. Karla y yo platicamos largo rato, me enseñó un par de trucos ciclistas, mucha gracias Karla.

Los últimos 20 kilómetros fueron de sufrir.¿Más subidas?¡No inventes!¡Ya no quiero!¿Cuanto falta?¡Ya que se acabe!Después de parar a rellenar las ánforas, Salvador nos grita desde la camioneta «ya solo falta una subida, una bajada, el retén y ya llegamos».* Que no sea mentiras compadre, porque así me a ir *.Íbamos, —iba yo— casi en modo zombie, silente, jadeante, sudante, todo agotadote, pensante en ya subirme a la camioneta mejor…- Ahí está el reten, ¡ya llegamos!- Tenemos que ir hasta la tiendita; allá están las luces.La mitad del grupo ya estaba en la tienda, algunos llegaron en camioneta y otros en bicicleta. Casi una hora después arriban los últimos.Una cerveza, ¡salud!— ¿Quién se va a bañar? ¿Cuántos somos?— Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… ¡Somos ocho!— ¡Siete nada más, yo no! —Exclama alguien—.Otra cerveza ¡salud!

Rodamos unos 1000 metros por una terracería hasta donde armamos entre todos el campamento a unos 20 metros del mar. El cielo estaba despejado y estrellado. Habíamos completado la segunda jornada; cansados todos, algunos enteros todavía y otros ya lesionados; estos dos días de pedalear cobraron con labios reventados y traseros rosados. Cenamos, platicamos un rato y fuimos a dormir ya tarde. Esa noche compartí casa de campaña con Antonio.Good night, Lorena.

Mexicali – San Felipe: Parte 4.

En linea de salida. Al frente participantes del Desafío Mil Millas x Baja, 2016. En segundo plano participantes del desafío Mexicali – San Felipe, 2016. Crédito fotografía: «Desafio Paseo Ciclista Mexicali San Felipe 200 Kms»

Después de la cena de carbohidratos fui a dormir a casa de mis padres, dí una última revisión al equipaje y a la bicicleta; todo en orden… casi, el sleeping bag no cabe en la maleta —no quiero cargar con dos paquetes, es mejor todo en uno—. Dejé el backpack y decidí llevar una maleta más grande con ruedas que mi madre me prestó. Y como ahora cabían más cosas pues metí más ropa interior, otra camisa, otro pantalón y otra camisa(sí, otra). Volví a inspeccionar mis electrónicos: cables, cargadores, cámaras, baterías y más cables. Me aseguré que estuvieran en la maleta crema, pasta, cepillo, jabón, candado con llave, tubos, bolsas ziploc y una cuerda amarilla para tendedero. Después apagué la luz, me acosté, cerré los ojos… Y me levanté de nuevo a verificar el número de calcetines que había empacado, los trajes de ciclismo, el bloqueador solar y la crema chamois anti-rozaduras y los electrónicos. Ahora sí a dormir, a dormir dije, ¡vamos! ya es media noche, «good night, Lorena»… Zzzz.

La alarma-despertador suena a las 4:30 AM, creo que le gané por dos minutos. ¡Arriba! Rutina mañanera: bañar al ciclista, cepillar la sonrisa, vestir el mejor traje, peinado para fiesta y aplicar abundante crema anti-rozaduras, más, un poco más —mejor que so-sobre y no que fa-falte—. Avena con agua y fruta para desayunar y un plátano para llevar. Subí al auto maleta y bicicleta, también casco y zapatillas, guantes y mangas, bloqueador y lentes. ¿Listo? ¿Sí! ¿Listo? ¡Listo! O tal vez no… Siento que algo se me olvida y no sé qué es; antes de llegar a linea de salida lo recuerdo: no traje mis dos ánforas —una grade y una chica— toca llegar por ellas de pasadita.

La cita era a las 6:00 AM, llegamos puntuales Don Federico y yo, mas no veo a ningún desafiante todavía. «Estoy en la salida, ¿on tan?», escribí en el whats, «ya vamos», respondieron. Poco a poco llegan los ciclistas participantes del evento paralelo y se comienza a formar el mar de gente y a formar la fila para entrar al baño. Cuando llega la camioneta de ‘Vámonos de Camping’ con los desafiantes subo mi equipaje y monto la bicicleta y doy un par de vueltas. Poco después de las 7:00AM dan la tercera llamada para salir. Nos indican que nos formemos hasta el frente para la foto. ¡Las fotos! Hay muchas cámaras; no sé a cual mirar; creo que tengo sonrisa nerviosa. ¡Uy, hasta dron traen! Después el conteo final: «… cinco, cuatro, tres, dos, uno, VÁMONOS». Estimo que somos unos 300 ciclistas y 16 de nosotros continuamos mañana hasta Los Cabos. ¡Que nervios!

En el kilómetro 8, Noala es el primer ponchado del recorrido, Jorge Mier y yo nos detenemos para ayudar. Nos pasan varios ciclistas y los desafiantes que venían atras; yo vi a Luis, Alfonso y Ana. Unos minutos después se detiene la camioneta a un costado. Noala repara la avería y arrancamos, al poco tiempo ya soy oficialmente el último.

Al rededor de las 9 de la mañana me desvío rumbo a casa de mis padres por las ánforas olvidadas, aviso de la maniobra a los chicos de la camioneta. En el kilómetro 30 está Zacatillo, un pueblo polvoriento de gente buena y trabajadora aunque un tanto desordenada; hay rocas y algo de basura por las calles sin pavimentar. Un par de perros ladran y otro par —de los que no ladran, solo muerden— me observan al pasar y se acercan con toda la intensión. Me apeo de la bicicleta y tomo un par de piedras del suelo, uno de los perros no cede, le lanzo una piedra y por fin desiste. «¡Tching tzu má, ‘che dogo perplejo!» invoco en olvidado lenguaje ceremonial antiguo. En definitiva este pueblo no es un buen lugar para rodar, todavía. Al llegar a casa mi madre me recibe con una sonrisa, un licuado y más fruta ‘pal camino’. Tomo mis ánforas y me despido de nuevo; mi padre pregunta «¿ya no se te olvida nada?» y me voy. La escena de los perros y las piedras se repite ahora en sentido contrario. Mientras esperaban por mí, Diana y Meño llegaron a los tacos; les aviso que estoy de nuevo en ruta. Vuelvo a ver la camioneta tras de mi cuando me alcanza por ahí del km 45.

En el 50 me integro a un pelotón, que rueda a muy buen paso -creo que se hacen llamar «los Cachoras»- aprovecho el túnel, descanso del viento en contra, alcanzo a otros desafiantes y la camioneta ya no viene tras de mi. Cedo una de mis ánforas a una hermana ciclista que ya no traía agua:– “ROCÍO, ¿Traes agua?”– No.– Fernando, tú traes dos, dale una.Poco después me suelto del grupo y pedaleo sólo por un rato y adelanto al pelotón, que estaba a orilla del camino reparando una ponchadura, luego alcanzo a Raúl, Noala y Ana. Más tarde nos pasa el pelotón gritando:– ¿Están cansados?– ¡Nooo!– ¿Quieren más?- ¡Sííí!Adelante paran nuevamente; ellos traen sus propios carros de soporte y abastecimiento. Nos pasa también el Cucus Team.

En el 85 alcanzamos a un ciclista con calambres desesperado por llegar a La Ventana.En el 100 Raúl y yo paramos a tomar agua y una foto.En La Ventana supe de un desafiante que subió a la camioneta por dolor de rodillas.En el 108 Ana toma otra fotografía; en su bocina sonaba Shaky Shaky de Daddy Yankee.En el 120 vuelvo a pedalear sólo.En el abastecimiento cerca del reten militar bebo demasiado gatorade y debo hacer un par de paradas técnicas más adelante…

El año anterior -2015- no había llegado en bicicleta a San Felipe a causa de una llanta dañada por un trozo de metal. La sugestión y la superstición son fenómenos mentales sumamente interesantes; al aproximarme al 160 no pude evitar imaginar varias veces al mismo trozo de metal esperandome para morder la llanta nuevamente.Una vez que miré el letrero del 170 respiré aliviado —ya la hice—, pensé.

En el 190 Raúl está ayudando a un ciclista ponchado; pregunto si se encuentran bien, responden «sí» y no me detengo. Cinco kilómetros antes de la meta el sol ya está oculto aunque aun hay algo de claridad enciendo mis luces. En la meta la fiesta está a todo lo que da: cerveza, música, camisetas y medallas. Los primeros desafiantes en llegar son Hector, Jackie, Karla, Hugo y Aurelio. La diferencia entre el primero en llegar y el último fue de más de 2 horas. Detrás de mi llegan Raúl y Ana. Antonio se quedó dormido en la mesa de masajes. Noala está en el templete bailando y cantando, el resto se encuentra dentro de un restaurante; entramos por unos tacos de pescado y unas cervezas.

Después de cenar nos dirigimos rodando hacia el hotel Cortez, nos acomodamos cuatro personas en nuestra habitación: Carlos, Demetrio, Raúl y Fernando… Tomar un baño tibio y a dormir, hay que estar listos a las 7 de la mañana pues esperan 160 km hasta Bahía San Luis Gonzaga, la mejor rodada de noche y el camino más horrible del universo —ok, exageré—. Good night, Lorena.

Mexicali – San Felipe: Parte 3.

 

Fotografía tomada la noche del 18 de noviembre de 2016. Adobe Pizza, Villafontana, Mexicali, México. De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Luis, Jorge, Fernando, Demetrio, Aurelio, Alfonso, Alejandro, Noala, Raúl, Antonio, Ana, Carlos, Hugo, Hector, Karla y Jackie.

A principios del año 2016 Alex González publicó en facebook la convocatoria para el desafío «1000 Millas x Baja 2016″con cupo para nueve participantes; diez minutos después confirmé mi asistencia y elegí ser el número siete. Casi tres meses silentes pasaron y volví a preguntar si el desafío seguía en pie, la respuesta fue «sí». A partir de entonces el proceso siguió de forma más menos consistente: publicados los detalles de la ruta, costo, números de cuenta, compañeros inscritos, hice mi depósito y esperé el día de arranque, primera etapa: Mexicali – San Felipe… Oh, wait! No esperé a que llegara el día; desde inicios de año incrementé la dificultad y la frecuencia de mis rodadas; a la postre eso sería apenas suficiente para llegar a la meta en Los Cabos.

La noche previa al disparo de salida tuvimos cena de carbohidratos, fue la primera vez que nos reunimos; eramos un grupo de 17 participantes con historias de vida tan diversas que coincidían en pasión por la bici: tres reinas de belleza, dos sabios, un chavo, un calvo, dos extranjeros, cuatro triatletas, dos motociclistas, tres artistas, dos dentistas, un fabricante de bicicletas, seis fotógrafos, cuatro ingenieros, dos petroleros, tres jubilados, dos barbudos, un potencial gobernador, un capitán de barco, un piloto, una bailarina, seis bigotones, todos soñadores, un músico, un poeta y un loco… Relatamos cómo comenzaron nuestros romances con la bici y platicamos los motivos para realizar este desafío, comimos, bebimos, reímos y nos fuimos a dormir…

… a las siete de la mañana más unos pocos minutos, un puñado de ciclistas salimos de Mexicali rumbo a San Felipe. Primero los nervios, después la foto y vámonos. Estamos pedaleando entre un mar de gente, cuatrocientos ciclistas de un evento paralelo nos acompañan, tal vez sin saber de nosotros. Mezclados en la multitud no se advierte a ojo pelón que nuestro camino es más largo. Todos pedaleamos al nivel de nuestra experiencia: unos en solitario, otros forman equipo y otros más siguen la cola de pelotones que ruedan rápido y te protegen del viento.

El músico, el poeta y el loco se ponchan primero, la legión de extranjeros auxilia, el grueso del grupo se adelanta y el pelotón ya no es más, ahora pedaleamos por cuenta propia. En el kilómetro treinta me desvío por una calle y me detengo en mi abastecimiento personal, el mismo perro me ladra de ida y vuelta; cuando la bailarina me pasa sudo por el esfuerzo y por el estrés de ser el último… Ahí viene la camioneta detrás de mí, muy cerca —no bueno eso—. Sigo en solitario hasta el cincuenta, «Los Cachoras» me alcanzan y me meto al túnel:

*Cuiden esa línea de la izquierda…Si no puede, general, baje a la cola… ESA LINEA*— ¿Cómo te llamas?— Fernando.— ¿Traes para jalar unos cinco kilómetros?— Sí, pero todavía no.— «ROCÍO, ¿Traes agua?»— No.— Fernando, tú traes dos, dale una.— *Silencio*— Seguro estoy que en un universo paralelo le dije «ella no trae equipo completo, no es mi bronca, sorry no sorry» luego aceleré para romper el viento durante unos 20 kilómetros—.Mientras tanto en este universo: sin pensarlo mucho tomé la botella chica y le extendí la mano a Rocío, dos kilómetros adelante me solté. Al menos ya no era yo el último, me habían ayudado a alcanzar a mi grupo y la camioneta no venía tras de mí —eso es bueno, no quiero subirme todavía—.

Retrato y selfie en el cien rodando con uno de los hombres sabios, después con el músico y la bailarina… después sólo otra vez. [Los últimos] cincuenta kilómetros son suficientes para un diálogo consigo mismo; uno piensa muchas tonterías y se ríe sólo. Más adelante otro ponchado; la única forma de yo adelantarle, así es la vida. Llegué a meta al atardecer, casi en la cola… Dos tacos de pescado y dos cervezas. ¡Esto es ciclismo señores! Hace sueño, habitación para cuatro, «mañana listos a las siete»… Aquí no termina el recorrido; esta no es LA META, solo una de ellas.

Mexicali – San Felipe: Parte 2.

Salimos de Mexicali a las 7:00am, había que recorrer 200 kilómetros en total. Hacia el 150 ya había yo logrado mi segundo aire y traía viento a favor. Para cuando llegué al 160 me esperaba un trozo de metal incógnito que hizo dos cortes a la llanta y al tubo. Sin parche para llanta ni llanta de repuesto el paseo se daba por concluido para mí; había que caminar hasta que un carro de apoyo me alcanzara. Quince minutos después un automóvil se detuvo, ofreció llevarme a la meta; me subí y arrancamos. Nos presentamos y comenzamos a platicar… bueno, el chófer comenzó a platicar de su vida de casado, de lo difícil que es todo eso y de los incidentes de tener un trabajo que parece vacaciones, de su deseo de dedicar más tiempo a su familia, etcétera. Preguntó qué haría yo en situación similar y pensé en darle un gran consejo… luego recordé que no soy casado, ni tengo hijos y se me pasó; además, ¿qué utilidad tendría mi opinión en la vida privada de esta amigo?

Avanzados unos kilómetros, un ruido llamó nuestra atención; era la llanta del auto, se había pinchado —seguro con el mismo metal desconocido que la bicicleta, o tal vez no—. Paramos e instalamos «dona de emergencia» y fuimos a buscar una llantera para remplazar la llanta averiada –la de auto, no la bici– y luego a otra. Aproveché para avisar por teléfono a mi equipo de apoyo(don Fede y doña Irene) acerca del cambio de planes. Cuando le cobraron la cuenta al rescatador este ya tenía semblante de frustración.

Instalada la otra llanta –en el carro, no en la bici– y continuamos en silencio rumbo a San Felipe. Al llegar a la meta bajamos la bicicleta, le agradecí por el auxilio y le ofrecí un billete(que prácticamente me arrebató de la mano: «gracias») y cada quien siguió su camino.

Por la tarde mis padres me recogieron, después de bañarme partimos de vuelta a Mexicali. Eran poco más de las cinco de la tarde; ya oscurecía. Vimos a los ciclistas más rezagados rodando la última cuesta antes de llegar; algunos con la figura descompuesta con mirada de «ya, que esto acabe, por piedad» y pensé: «no inventes, esos compas llevan más diez horas sobre el sillín, ¡no gracias!» y deseé llegar a casa y dormir durante unos dos días.

Mexicali – San Felipe: Parte 1.

Pie de foto:»No puede ser, salí en la fotografía»– Mike Wazowski.Desafío Mexicali – San Felipe, 2015.Fecha: Noviembre, 2015.* Crédito foto: Sudor Cachanilla.

Como pasa cuando sucede, así sucedió…Un día, sin una razón lógica aparente y con apenas diez meses de entrenamiento(?) esporádico, decidí hacer el recorrido de 200 kilómetros entre Mexicali y San Felipe. Inspirado por leer «El mundo en dos ruedas», libro escrito por Alex González, un mexicalense que completó el recorrido de la vuelta el mundo en bicicleta y envalentonado yo con mis antecedentes:+ Pedaleado algunos miércoles y sábados de cada semana: check! –no todos, solo algunos–.+ Terminado dos paseos Rosarito – Ensenada(mayo y septiembre de 2015): check! –calambres en piernas y hombros–.+ Participado en un paseo Ruta del Vino(julio 2015): check! –calambres de nuevo, paso extra-lentísimo–.+ Completado un recorrido entre Green River y Newport Beach: check! –baño de hielo y cinco días para recuperar–.¿Qué podría salir mal? ¿Ni modo que no se pueda? Dije como dice una milenaria filosofía china, «shinsu-má, sí me lo aviento».

Pues que me inscribo, pues que llega el día, pues que don Fede me da raite, pues que dan el disparo de salida, pues que comenzamos a pedalear… Pues que a lo lejos miro al autor del libro que estaba leyendo, «se parece… ah no inventes, sí es él, me voy a acercar para saludarle y entrevistarlo»… ¡Para alcanzarlo, mijito! Iba pedaleando en modo bestia. Como pude me emparejo y le digo «Hola Alex, estoy leyendo tu libro, acabas de llegar a Japón(en el libro), ¿harías otra vuelta al mundo? ¿no? ¿por la Baja nada más? okey…». Platicamos unos cinco minutos, lo que pude sostenerle el paso, y me adelanta…

Desde que cruzamos las vías casi frente a El Paraíso(los locales, no se hagan sí bien que lo conocen) hasta el puente del libramiento fue puro dejar ciclistas… dejar que me adelantaran pues… las piernas y la nariz me ardían. Más adelante un pelotón como de cuarenta me alcanzó y aproveché ‘el viento’, pedaleé cubierto hasta la subida del Hipolito Rentería, donde se me acabó el aire y el resuello.

De ahí en adelante lo mejor era ‘llevar la fiesta en paz’. Tomé un largo descanso por ahí del kilómetro 35. En el kilómetro 50 ya me quería regresar. En el 100 había terminado ya mi segunda o tercera ronda de líquidos y las piernas ‘me gritaban’, –a callar, sigan pedaleando–. Ya pocos me adelantaban y yo no adelantaba a nadie. Del 120 al 140 ligero viento en contra y viento cruzado; los puntos de abastecimiento estaban llenos de ciclistas, cansados unos, acalambrados otros. ¿Falta mucho para el reten de soldados? Ya casi, ya casi. ¿¡Pues cuanto falta!? Ya casi, sigue pedaleando… Cuando por fin pasé el reten, de pronto todo pareció de bajadita, las piernas no dolían y había conseguido mi segundo aire. ¡Bien, sí llego! Y luego el bajón: «ya que se acabe, ya quiero llegar, ya me duele el culo» –literal–.

Circa kilómetro 150: ¿Qué? ¿Viento a favor? ¡Viento a favor! ¡Vámonos! Y me fui detrás de un mini-pelotón, eramos tres; era ‘mini’. Que buen ritmo, puente sube, puente baja, un hule de llanta, grava, concreto, pavimento, grava otra vez, otro hule, otro puente… ¡BLIMMM…! Una lámina en el kilómetro 160 pincha la llanta de atrás. Ahí se acabó; el tubo tiene dos cortes que no se pueden reparar: tubo de repuestoLlanta: también dos cortes. No se puede continuar.Se acabó, ¡a caminar!