El ratón está muerto.

Allá por 1994, cuando transcurría el año del mismo nombre, mis padres compraron a crédito una computadora multimedia en una tienda de electrónicos en California —CompUSA se llamaba la hoy desaparecida tienda y Compaq era la hoy desaparecida marca—.

La citada maravilla, aka ‘La Chiquis’, era una gran torre blanca modelo Presario CDS 972 equipada con un potentísimo procesador Pentium a 75MHz, 8MB de memoria RAM —sí, ocho megabytes, nada de gigabytes todavía; eran los noventas—, un disco duro de 720MB —again, megabytes no gigabytes—, una unidad para CDs y un drive para discos flexibles, un modem de ‘catorce-cuatrocientos’, un monitor de quince pulgadas con dos bocinas que asemejaban orejitas, un micrófono con cable, un teclado y un ratón de bolita; venía programada con sistema operativo Windows, enciclopedia Encarta, aplicaciones para reproducir sonidos sintetizados tipo MIDI, música en formato MP3 y archivos de video AVI y MPEG; ademas podías jugar videojuegos como DOOM o Carmageddon, —eran buenos tiempos—. El conjunto lo completaba una impresora de inyección de tinta a colores marca ‘ache-pé’.

A los pocos días ya era cuasi-experto en manejo del mouse, en reproducción de sonidos grabados, en buscar información en la Encarta y en dibujar rayas en el Paint. En un par de semanas comencé a dominar el editor de texto y el procesador de palabras; ‘in no time’ ya no entregaba mis tareas ‘a mano’, ni ‘a maquina’ sino ‘en computadora’; —acá entre nos, pasaron un par de meses antes que descubriera el copy-and-paste—, las investigaciones eran multi-facilitadas y super-simplificadas por la enciclopedia en CD: abría, buscaba, leía, transcribía ‘a ojo y a mano’, formateaba, re-leía e imprimía —era algo bueno y era algo hermoso— hasta que alguien mencionó «no tiene chiste, seleccionas, copias y pegas» —sin entender lo supe; me cayó el veinte: ultra-face-palm—.

Cuando el manejo de los programas se convirtió en ‘pan comido’ comencé a observar dentro de la torre primero y a curiosear al rededor después: había lucecitas y muchos cables y cuadritos y pequeños cilindros y piezas de metal y ventiladores y cositas de colores, algunas hasta se podían desconectar -y las desconecté—, con riesgo de re-conectarlas mal —las re-conecté mal—, y que pudieran quemarse, —pues lo quemé; el mouse dejó de responder—. ¿Sería por invertir los cables verde y morado? ¿Y ahora? ¿Cómo arreglo esto? ¿Donde están los manuales? Esos que nadie lee pero sí sigue sus instrucciones: 1.- Ignore este manual. 2.- Dese de topes. 3.- Regrese a buscar el manual. 4.- Ahora sí, lea el manual (¿no que no?).

En la sección de troubleshooting clarito decía: «órale compa, apréndale al keyboard»; durante un par de meses a fuerciori, usé la computadora sin ratón, leyendo y re-leyendo los manuales, practicando hasta que los movimientos sobre el teclado se volvieron más o menos fluidos. Esta es una lista de diez combinaciones de teclas que al día de hoy sigo utilizando, por supuesto existen muchas más, tal vez las encuentres útiles.

Combinación de teclasDescripción
F10Menú de programa
ALT-TABCambiar de ventana
ALT-F4Cerrar programa
CTRL+CCopiar
CTRL+XCortar
CTRL+VPegar
CTRL+ZDeshacer
ALT+ENTERVer propiedades
ALT+ESPACIOMenú de ventana
TABSiguiente elemento
Estas son solo diez combinaciones; existen muchas más.
Googlear ‘shortcut keys for windows’ para una lista más completa.

Supongamos que alguien conecta y desconecta cables hasta quemar el mouse… —no intentar esto en casa, ni en la oficina tampoco— mejor sería googlear ‘shortcut keys for windows’; seguro aprendería un par de trucos y sería más eficiente y productivo manejando una computadora. Recuerda que el teclado es tu amigo cuando el ratón está muerto.

Mi sueño más grande…

Es el que me agarra a mediodía, después de comer.

— ¿Qué? Ok, no pues.
A decir verdad pocas veces he padecido afamado e infame mal del puerco, also known as ‘sonmolencia postprandium’.
—¿Ya ves que sí suena grave? Como a que comes y te da sueño, cómo a que duermes y despiertas con hambre.

¿Y a qué cuento viene todo esto?
Pues a que hoy completo ‘veinte-y-tantos’ días que —a manera de experimento— comencé a despertarme temprano, por ahí de las cuatro treinta o cinco de la mañana; a veces hasta me he levantado a esa hora. Los primeros quince mil trecientos días han sido los más complicados pues sonaba el despertador y no lo escuchaba; se encendían las luces automáticamente y no las miraba; despertaba con un ojo y me volvía dormir con los dos; miraba el reloj, ‘parpadeaba tres segundos’ y pasaban dos horas; se agotaba la música temporizada antes de ponerme en pie; perdía el autobús de la ‘secu’ y de la ‘prepa’; llegaba inpuntual a citas en las primeras horas de la mañana —mi madre solía decir que nací dormido y que la enfermera tuvo que echarme agua para despertarme; por supuesto es sana carrilla nada más—.

En una ocasión, de hecho en varías, yo también me dije ‘voy a cambiar’, ‘el lunes comienzo’, ‘año nuevo, nuevo yo’, ‘lo decreto’ y toda clase de sinsentidos absurdos que uno suele pronunciar cuando no ha dormido bien. ¡Y pues no! No funcionó. ¿Qué esperaban?

Los hábitos que uno se programa, se auto-instala y ejecuta durante meses o años no desaparecen solo porque ya amaneció, ni porque es lunes, ni porque es primero de enero, ni tampoco por decretos imaginados.

Que para en la vida, en el mundo, en el amor y en todo triunfar, madrugar. Y que los millonarios se levantan a las cinco de la mañana, y que por eso les va tan bien; y que al que madruga le amanece más temprano; y que uno que madrugó se encontró dinero, y que más madrugó el otro que lo perdió; y que ya viene amaneciendo, el sol ya nos alumbra, levántate, no seas ingrata; compadre, vámonos ya compadre, ya se acabó la botella y no sale la mujer, vámonos, vámonos —¡Ah que caray!—. En resumidas cuentas, que es más complicado aplicarlo que decretarlo.

¿Que tal dormir temprano, descansar lo necesario, naturalmente despertar antes que el sol y repetir? Esto suena más sencillo de lograr —de hecho lo es— al principio, cuando no estás acostumbrado todavía, vas a la cama aunque no tienes sueño, cierras los ojos y finges dormir hasta que indefectiblemente —ah, no encontraba cómo utilizar esa palabreja— haces que suceda: zzz, zzz, zzz.

No puedo asegurar que no volveré a desvelarme mas puedo afirmar que los resultados del experimento me están agradando: me concentro mejor, mis días rinden más, no tengo ataques de hambre, [creo que] tomo mejores decisiones —al menos más ágiles—, en general estoy más atento y alerta, percibo completar mis tareas de forma más eficiente y comienzo a encontrar tiempo para cultivar mens e corpore.

Los hábitos —productivos, anti-productivos o contra-productivos— no ocurren de un día al siguiente; se instalan en uno al repetirlos sistemáticamente durante días y días.

Si quieres conquistar el mundo, duérmete temprano.

La casa de mis abuelos, primera parte.

Fragmento de artículo publicado en agosto de 2010, texto original.

La casa de mis abuelos paternos estaba ubicada en Tierra Generosa, Nayarit en un solar grande —como de 40 metros de frente por 60 de fondo—, delante de ella pasa la Carretera Panamericana en dirección norte-sur, justo frente a la propiedad había un enorme árbol que, seguramente cuando era apenas una planta pequeña alguien colocó una llanta de automóvil a su rededor para protegerlo o retener el agua de riego; el neumático entonces hacía las veces de anillo constrictor aprisionándolo pues el ahora tronco había crecido y lo elevaba a un medio metro del suelo. El frente del terreno estaba —está— resguardado por una barda de ladrillos y celosía.

En la esquina noreste se hallaba un pequeño jardín y varias macetas sobre la barda, hacia el sur una palmera a la que le había caído un rayo destrozándole la copa, dejándola chamuscada. Después de eso estaba un tramo de patio empedrado, más al sur todavía había —también en la parte de enfrente— varios arboles enormes de mango y arrayán, una fosa séptica, justo después de eso unos plataneros y la barda remataba cambiado de material a piedra. Ahí mismo estaban una pileta chica y un lavadero de cemento —en ese lugar pululaban sapos de kilo y medio; un espectáculo espeluznante(prima, gracias por refrescar ese recuerdo empolvado 😉 )—.

El agua del lavadero escurría por un tubo entre el cerco de piedra y cruzaba el camino que daba al patio trasero y por donde entraban los automóviles y la maquinaria; un poco más allá estaba un pequeño arroyo, por el que casi nunca corría agua, excepto cuando recién había llovido —bueno, y la que salía del lavadero pues—.

Detrás de la barda con las macetas y el mini-jardín estaba el cuarto de la televisión, el cual tenía una puerta exterior de lamina que llevaba al patio donde estaba la palmera chamuscada y otra que comunicaba a una habitación que donde estaba una cama, un ropero, una ventana que ‘miraba’ al norte y una maquina de coser; a su vez tenía una puerta por donde se entraba al comedor.

Posterior a la palmera quemada estaba el pasillo cubierto que se dirigía a la cocina —también mediante una puerta de metal—. La cocina consistía de pretil, estufa, refrigerador, fregadero, molino de mano, zarzo, repisas de concreto donde se guardaban trastes y tinajas de barro con agua de río pasada por un filtro de cantera rosa —muy rica sabía esa agua—, en el centro estaba una mesa-comedor de buen tamaño, como de 10 o 12 sillas. Detrás del área del patio empedrado, junto del pasillo estaba un pequeño cuarto de adobe, dentro de él se hallaba una cama, un ropero y varias repisas donde guardaban diversos objetos —recuerdo una colección de piedras que mi abuelo había recogido de diferentes lugares—, este es el cuarto de la casa que más curiosidad me causaba visitar; tenía una ventana con barrotes de hierro que miraba hacia donde se oculta el sol, una puerta al patio empedrado y otra más que lo comunicaba con el cuarto grande.

Detrás de la hilera de mangos había una construcción que cumplía funciones de baño con regadera y sanitarios. Frente de estos, un cuarto con puerta que contenía las diferentes herramientas de mecánico, carpintero, electricista, etcétera. En mitad el patio había un galpón, tejabán o ramada y, bajo de él un tractor viejo y cubetas de aceite, piezas de maquinaria agrícola —la mayoría en desuso—, en la esquina del galpón, un árbol de tamarindo y, en la misma dirección hacia el sur, una letrina.

Aun más atrás había otro tejabán, más amplio que el primero; en él habían varios equipos: una camioneta de redilas, un tractor verde y otro de color rojo, más latas de aceite, una camioneta amarilla, una rastra con discos y mil cosas más —hasta gallinas anidando recuerdo haber visto—, al costado sur estaba un tanque elevado que contenía combustible diésel, en la parte posterior del tejaban, a unos metros, había otra construcción de adobe que se usaba como granero y almacén; justo detrás de este se encontraba una pileta enorme que almacenaba varios metros cúbicos de agua y en la esquina sureste de la pileta estaba un arbusto seco —alguna vez lo habré soñado adornado como árbol de navidad—; aun más atrás estaban varios arboles de guamuchil y guaje. La propiedad terminaba en cerco de alambre de púas junto a un camino de tierra que muy poco se usaba y, tan solo un poco más allá comienza la pendiente del cerro y la densa vegetación

Detrás del patio empedrado —entre el pequeño cuarto de adobe y el cuarto de herramientas— estaba un cuarto enorme; el más nuevo de todos; estaba construido de ladrillos, cemento y laminas, tenía el piso cubierto con mosaicos verdes con blanco; ahí había una cama, un ropero, un par de sillas, un baúl; también recuerdo que había varios cuadros, una puerta daba al patio empedrado y otra más al cuarto de adobe…

¿Quién estoy? ¿Dónde soy?

Sin preámbulo, ¡vamos al grano!

Nací en Los Ángeles California un martes de junio del siglo pasado. Soy el mayor de tres hijos: Francisco, Hector y Omar; mi padre, Federico, es agricultor y comerciante retirado; mi madre, Irene, en otros tiempos comerciante y emprendedora, ahora se dedica a la jardinería, agricultura y crianza de gallinas. Apenas con un año de edad, mis padres me llevaron a vivir a Nayarit, donde estuvimos hasta 1988, fecha en que nos mudamos a Baja California.

Mis años de educación primaria se repartieron entre la Emiliano Zapata de Tierra Generosa, Acaponeta Nayarit y la Francisco González Bocanegra del Ejido Cucapah, Mexicali Baja California. Allá por 1990 participé en el «Viaje Cultural ’90» y hasta una fotografía nos tomamos con el entonces presidente de la república.

Cursé la secundaria de 1990 a 1993 en la escuela #14 Guelatao del Ejido Sonora, Mexicali Baja California. En esos años, recuerdo, comenzó mi afición-curiosidad por cosas de ciencia y tecnología; solía yo participar en cuanto evento relacionado se presentaba —’concursos científicos’ les llamábamos—. Buenos recuerdos y buenas amistades resultaron de tal actividad.

Mi preparatoria fue el COBACH plantel Ejido Nuevo León entre 1993 y 1996. La ‘recordación’ incluye más concursos científicos y otras actividades culturales, un par de viajes a ciudades mexicanas y una borrachera en la primera noche en que ‘ya podrían meterme al bote’.

Tengo formación académica como Ingeniero en Computación por la Universidad Autónoma de Baja California, Facultad de Ingeniería, generación XXIII, egresado en 2001 a la edad de 23 (¿Coincidencia? ¡Pues sí!). Durante el último año en la facultad conseguí un empleo en una maquiladora en Mexicali —vaya, paseada eh—, al finalizar mis estudios me empleé como instructor de informática en una escuela particular, después de un par de meses, tras la invitación y ayuda de un primo, comencé a trabajar como ayudante de plomero en Palm Springs California: laboraba de lunes a viernes y el fin de semana lo pasaba en Chicali.

Año y medio después regresé a vivir a tierras cachanillas. Con lo que había ahorrado como fontanero y con un préstamo emprendimos, dos compañeros de la ‘uni’ y yo, una tienda-taller de venta y reparación de computadoras en San Luis, Arizona.

En 2004 nuevamente regresé a EEUU, esta vez a Fontana California, a unos diez días de haber llegado, fui empleado por una agencia para trabajar en una panadería: estuve con esa compañía unos ocho años, desde que era un ‘family business’ hasta que la compró un corporativo nacional y luego una corporación global; comencé mezclando ingredientes para hacer pan, terminé administrando la red de la planta; formando parte del equipo de soporte tecnológico que daba servicio a varias fábricas de pasteles en nueve ciudades de Estados Unidos y Canadá.

En 2008 construí en Mexicali un invernadero con estanques para peces, planteros elevados para hortaliza y sistemas temporizados de ventilación y bombeo de agua. Estuvo en funcionamiento hasta 2010 cuando el terremoto de abril dio cuenta de él. Durante esos meses, recuerdo, encontré cuarenta formas de agobiar y torturar —no fue maldad sino ignorancia— peces y plantas, también produje [la que creo que fue] la sandía más costosa del universo y atestigüé una mata producir kilos y kilos de frutos; ‘el tomate loco’ le decía yo.

En 2009 comencé a aprender y experimentar con la fermentación; primero me hice con un kit para fabricar cerveza casera, resultado: volcán de líquido efervescente de olor simpático —»yo no me voy a beber esto»—, luego un cultivo de levadura ‘milagrosa’ tipo sourdough y por último una colonia de kefir la cual mantengo desde entonces.

Fue en el año 2012 cuando volví a Mexicali con la intención de establecerme y administrar el mini-mercado de la familia; descubrí que eso no era lo mío o que no estaba yo listo —no hay mucha diferencia—, para 2013 ya había yo regresado a California y conseguido colocarme como Especialista de Sistemas en una fábrica de radiadores. También desde 2013 ‘tengo lombrices’, o sea soy criador aficionado de gusanos rojos californianos —ni tanto; ya podrías llamarme ‘señor ganadero’— en transición a lombricultor profesional —el que cobra en dólares por los productos del ganado—.

Desde enero de 2015 soy ciclista los fines de semana, tengo un par de chicas —Socorro y Eleuteria, Coco y Ely pa los amigos—, recorrí la península en bicicleta, también mantengo un blog sobre ciclismo: bírula planet se llama y, según me han contado, está buenísimo ;).

En 2016 creí escuchar nuevamente el canto de las sirenas, otra vez presenté mi ‘two week notice’ y fui agente libre, emprendedor, consultor de tecnología, desarrollador de software, estudiante autodidacta y ‘ciclista más en serio’ durante unos 18 meses.

A finales de 2017 me reintegré a la vida corporativa como Ingeniero en Sistemas de Información en una tortillería y panadería. Magnolia Foods LLC, se llama la compañía: hacemos las mejores tortillas de paquete que puedes conseguir en las tiendas de cadena de California. El nixtamal para las tortillas amarillas de maíz lo hervimos en una olla gigantesca y luego lo molemos con una piedra descomunal, después realizamos una cocción ceremonial con leña bi-nacional sobre un comal de lamina de tambo de 200 litros y las volteamos a mano; traigo los dedos todos tatemados —OK no pues, esto último me lo acabo de inventar—. Hey Magnolia, patrocíname ;).

En 2019 tomé un curso de actualización en desarrollo de aplicaciones web; agradable sorpresa: muchas cosas ya cambiaron, evolucionaron y mejoraron desde que cursé yo la universidad; ahora hay varias pantallas en el salón de clase, cada quien porta su computadora, hay un instructor y dos asistentes en el aula, la distribución de las sillas es alrededor de mesas, el trabajo suele completarse en equipo, consultar libros e internet está permitido y el ambiente tiende a ser cooperativo, no competitivo. Ese mismo año descubrí los audio-libros y ¡re-contra-WOW! A la fecha he ‘audio-leído’ como 7000 ejemplares —aunque podrían ser unos 25 nada más—.

En 2020, durante los meses de pandemia he sido afortunado en mantenerme con buena salud y no parar de trabajar, tal parece que soy más esencial de lo que yo mismo creía(ultra-LOL). Aun con más ocupaciones que pre-covid he inventado el tiempo para montar bicicleta, estudiar, escuchar audio-libros, atender mi ganado y escribir este blog.

Hello world… again.

En los días de agosto 2007 inicié un blog sobre mis intereses, aficiones y proyectos, el cual solo quedó en el primer capítulo; de entonces a la fecha algunos aspectos han cambiado y otros continúan prácticamente igual.

Recapitulando:1. Aún me llama la atención la fermentación de cerveza; leí un par de libros y experimenté con resultados efervescentes (literal). En el camino descubrí otros productos fermentados como sourdough, kefir, kombucha, tibicos y sauerkraut, entre otros.

2. Durante un tiempo compré y vendí metales, principalmente lingotes y monedas de metal fino. En el proceso descubrí que me agrada más el color de la plata que el del oro.

3. La situación social, económica y política: parece ser una historia sin fin, en un ciclo que se repite así: sin fin.

4. Sigo a favor del software libre y utilizo varios proyectos en mi computadora personal, en micro-servidores tipo rpi y en la nube, también emprendí un micro-business online de sistemas operativos en USB.

5. Debo admitir que no he reciclado mucho que digamos.

6. Entonces me transportaba a la oficina en bicicleta pues la distancia lo permitía. Eso comenzó a cambiar la mañana que unos perros me tiraron de la bici (material para blog LOL). Hoy día me transporto en automóvil, mas soy ciclista los fines de semana.

7. Aún me agradan los gatos; tal vez un poco más que los perros.

8. Redes cooperativas. ¡Claro que sí!

9. Entre todos podemos mejorar nuestras comunidades.

10. La corrupción sigue siendo una gran área de oportunidad para nuestras organizaciones.

11. Soy un Homo sapiens que habita y vive en la aldea global.

12. Estaría genial llegar a Patagonia en bírula en 2022.

13. Conseguí más libros de los que he podido leer. En 2019 descubrí los audio-libros y ¡re-contra-WOW!

14. El calentamiento global es real: o nos ponemos las pilas o «the clown is going to lift us». Creo que en un futuro muy cercano podremos reforestar con drones y convertir desperdicios urbanos en fertilizante orgánico.

15. Construí un par de paneles solares(que no funcionaron, pero esa es otra historia LOL).

16. Ahora mis intereses incluyen, más no se limitan a: finanzas personales, impresión 3d, desarrollo de software, ciber-seguridad, vermicultura, ecommerce, ingresos pasivos, apicultura, tiny houses, maquinas de corte láser, inteligencia artificial, exploración… La lista sigue y sigue.

Sea este el re-lanzamiento de un blog que comencé una noche de agosto de 2007 y que ha estado en suspenso durante 13 años.

Bírula para viaje: ¡check!

Ammm, OK. ¡Veamos! dijo un mudo.La máquina de viaje no debe ser perfecta, debe ser buena, buenísima; marco de acero, ruedas reforzadas, parrillas, frenos de disco, dinamo, trasmisión automática —OK pues, eso último no—.

Tras días de navegar online e investigar online y buscar(sí, también online) encontré varias opciones de bírula para viajar.

Al final me decanté por una Surly Troll color verde moco, rodada veintiséis, marco de acero, frenos de disco, con extra anclajes para accesorios. Sigue conseguir un par de parrillas —delantera y trasera—, cuatro alforjas para equipaje, bolsas transportadoras de agua, espejo retrovisor(¿uno o dos?), dinamo y luces… Y una campanita de esas pa-hombre-que-viaja-bien-lejos’n no vayan a creer que de esas de bici-rosa-para-niña.

Más tarde vendrán la casa de acampar, la cocina portátil, una trasmisión tipo Rohloff, refacciones y repuestos, ropa y accesorios para desierto, montaña, playa, lluvia, viento e invasion extraterrestre —es broma—, un casco con mejor ventilación, sombrero de turista, lentes oscuros de ciclista malote, zapatos montaña, chanclas ciclistas, la lista sigue y sigue.

También está pendiente darle un nombre a la cicla y escribirle un review(suena más ‘trendy’) por ahí de las 1000 millas pedaleadas —Strava, ahí te encargo—.

So far, so good; ‘bamos vien’. Good night.

Nocturna Cerro Prieto (Segunda Parte).

… y fuimos pedaleando bajo el cielo estrellado hasta el pie del volcán, después de un breve intercambio decidimos ascender por la vereda que lleva al cráter: unos a pie, otros en bici y otros en auto…

Al llegar a la estación de antenas aguardaban los ciclistas del grupo puntero; nos tomamos las fotos del recuerdo, luego de descansar y platicar un rato, alguien —no recuerdo quien— propuso subir por el tramo pavimentado que nos separa del cráter y del dibujo escultura del Sayii, y así sucedió: ascendimos pedaleando por la pendiente de cemento hasta la cima. Ya en la cumbre, con esa sensación de victoria tomamos más fotos y conversamos animados; acordamos regresar pronto. Pasado un rato y recuperado el aliento emprendemos el descenso, unos pie en suelo sosteniendo la bici y los más osados, en ella montados. De regreso en la estación de antenas había un carruaje al lado del camino con su caja musical activada mientras sus ocupantes descansaban cómodos sobre muebles portátiles al lado de un cofre repleto de bebidas refrescantes.

Huele a humo —pensé— como a balatas quemadas… —Pero, ¿por qué?— cuando otro ciclista en descenso me pasó por el lado el aroma se intensificó —ah, son los frenos de las bicicletas, se calientan hasta quemarse en la bajada—.

Más adelante paramos para contemplar nuevamente el cielo y continuamos a paso más o menos lento mientras charlábamos. Distraídos por lo ameno de la conferencia no nos percatamos que tomamos un sendero diferente. Era un camino sumamente polvoriento, la tierra estaba tan suelta que parecía que pedaleábamos sobre talco; quedamos literalmente empanizados, tanto que Ofelia comenzó a toser y toser sin poder parar —soy asmática— dijo con dificultad mientras sorbía los vapores que emanan de su inhalador. Tras recuperar el aliento, literal, continuamos hasta la estación de policía donde algunos esperaban:
— Que se repita.
— ¿Pa cuando la próxima?
— Que sea pronto.
— Hasta luego.

Aventura nocturna: check.
Cielo estrellado: check.
En la mejor compañía: check.
Mañana es domingo recuperar fuerzas y descansa pues el lunes comienzo a trabajar en una tortillería; eso es otra historia.

Nocturna Cerro Prieto (Primera Parte).

Poco más de un año ha que sucedió la Pedaleada Nocturna Cerro Prieto (sábado 21 de octubre de 2017).
Coordenadas espacio-temporales: comandancia del ejido Michoacán de Ocampo, 6:00 pasado meridiano —puntuales, por supuesto—.
Una lista de papel atestigua que Jesús, Adrián, Emiliano, Andrea, Valeria, Tomás, Sergio, Abda, Ramón, Karla, Martín, Ofelia, Gabriel, Monica, Patricia, Omar, Alfredo y yo mero estuvimos ahí.
Mientras esperábamos el arribo del resto, Adrián, el más joven del grupo dice:
—Tengo una pregunta, ¿qué significa ‘bírula’?
— Es otra forma de decir ‘bicicleta’, así como baika, bici, bicla, burra, caballo, camella, chiva, cicla, cleta, nave o rila…

Como cuarenta y cinco minutos después, cuando el cielo ya arrebolaba principiamos a pedalear por la calle central rumbo al parque, «me encanta rodar cuando el sol se está poniendo pues la sombra proyecta en el suelo al ciclista esbelto y espigado que quiero ser». Una vez salimos del poblado pasó como pasa cuando sucede: el conjunto se elonga, se elonga, se elonga… y ocurre la saludable mitosis bicicletera. En el grupo puntero iban todos los demás; en la retaguardia a paso moderado, los más jóvenes —yo incluido— platicábamos acerca de la escuela, los profes y otras cosas de la vida. Pedaleando entre las parcelas pensé que nadie del pelotón puntero estaría certero del camino exacto hacia el volcán así que pregunté a Adrián si podía guiar al grupo hasta el puente y luego hacia la izquierda por la orilla del canal, a lo que él respondió seguro afirmativo. Me adelanté lo más rápido que mis piernas podían, al llegar al puente esperaba Gabriel con un pinche… digo, con un ponche… digo, con un pincho… bueno pues, con una avería en el neumático de su bicicleta.

Mientras intentábamos reparar el desperfecto el grupo joven nos alcanza, habían pasado apenas unos cinco minutos, —¡Vaya! no venía yo tan rápido después de todo—.
A la par que sucede el ritual desmontar-llanta-cambiar-tubo-montar-llanta-inflar-repetir escuché decir:
— ¡Emiliano, Emiliano!  ¿Ya viste?
— ¿Qué cosa?
— ¡Mira pa’ arriba, el cielo!
— ¡WOW, está todo lleno de estrellas!
Yo también volteé a ver por un momento y no pude evitar recordar algo que Xe Juan una vez me contó: «… durante mis años al frente del aula, allá por la época del temblor, mis alumnos narraron sobre las noches sin celular acampando en el patio de su casa mirando, maravillados, la vía láctea; ‘para algunos esa fue su primera vez escudriñando la bóveda celeste’… «.
La avería fue reparada con tubo nuevo: ¡listos, ya nos vamos!

Y sucedió que fuimos platicando pedaleando emocionados bajo ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, a orillas del canal, entre parcelas y perros que ladran a la noche, juntos hasta el pie del volcán. Luego de sostener un brevísimo debate tipo «no vinimos hasta aquí para llegar nada más hasta aquí…», todos ascendimos por la vereda que conduce hasta el cráter; algunos a pie, otros en bírula y otros en el carruaje que porta la caja musical, los muebles plegables y el cofre repleto de bebidas refrescantes.

Pedaleada Mexicali-Pacífico.

El pasado domingo se llevó a cabo la pedaleada entre amigos «Rodada Mexicali-Pacífico». A la cita ciclista en el estacionamiento de conocido ‘hiper mercado’ en bulevar Anáhuac, cerca de Villas del Rey, acudieron nueve ciclistas. La rodada comenzó a las siete de la mañana; rodaron por veredas, sobre el canal hasta la intersección con el libramiento Mexicali, las fotografías que tomaron atestiguan una buena experiencia canalera-bicicletera. Según comentaron en el grupo de WhatsApp, hubo un ciclista ponchado; nada de cuidado, todo seguro, parte del aprendizaje y otra anécdota para relatar a los nietos. El grupo regresó al punto de partida dos horas después, habiendo disfrutado de una rodada segura.

Muchas gracias a quienes asistieron y a Jesús Chiang quien organizó esta rodada.
Ya suman tres ciclistas-guía: Martín, Roberto y Jesús. Nos vemos en la próxima, #hazquesuceda.

Grupo en Whatsapp: goo.gl/mC7nVQ
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Pedaleada por el acueducto.

Como de esas veces que estás casual un tres de octubre y no tienes nada que hacer para el fin de semana y de repente te proponen ir a pedalear el domingo por una brecha del desierto hasta llegar a la planta de bombeo número cuatro y pos dices ‘pos vamos’…

… Acudimos al llamado Adrián, Carlos, Cesar, Cuauhtemoc, Fernando(yo), Gabriel, Jesús, José, Luis, Martín y Roberto. Nuevamente el punto de inicio de rodada fue el área de descanso que esta junto al retén militar al pie de La Rumorosa; nos recibió agitando la cola —true story— una perrita bicolor blanco-canela con placas de circulación ’50L0B1N0′ a la que, sin ninguna razón que lo justifique, llamaremos «Barrita». Saludamos, preparamos el equipo, tomamos unas instantáneas al amanecer y comenzamos a rodar faltando diez para las siete. Primeramente pedaleamos cuesta arriba dos kilómetros y medio por el acotamiento de la carretera federal número 2D hasta una pileta de agua; Cesar llegó primero, ahí esperamos a los que se habían retrasado, Barrita también llegaba entera después de haber esquivado los automóviles. Mientras recuperábamos el resuello Roberto preguntó si alguien quería conocer y pedalear a través del túnel, el consenso fue «sí, vamos». Con sumo cuidado cruzamos la carretera, luego descendimos unos treinta metros hasta un barranco/arroyo; uno a uno fuimos entrando al subterráneo, yo decidí pasar de último; ya adentro no necesitas pedalear pues al ser una alcantarilla para agua de lluvia el piso es ‘de bajadita’; después hubo que ascender cargando nuestras bicicletas al hombro hasta el nivel de la carretera cerca de la pileta; nuevamente tomamos fotos y continuamos, ahora descendiendo por una terracería bastante empinada y maltrecha, al fondo se miraba el valle repleto de vegetación —verde, el desierto es verde—, allá nos espera un sendero con subidas y bajadas, hileras de plantas con espinas que parecen custodiar los costados de la vía picando a quien se atreva acercarse de más y arenales que obligan a más de uno a apearse de la bírula.

Habiendo pedaleado seis kilómetros llegamos al camino de servicio de CEA, ahí nos separamos en dos grupos: Cesar y Martín viraron a la izquierda rumbo a la ‘bomba cuatro’, yo les seguí a unos cien metros, el resto se dirigió hacia la derecha; nos van a esperar «al pie de aquel cerro que se mira allá». Estimo que la cuesta que conduce a la planta cuatro medirá un kilómetro de largo con una ganancia de altura de cien metros, luego siguen unos dos kilómetros y medio de pequeñas lomas las cuales pasamos sin contratiempo. Frente a la barda que resguarda la construcción un par de fotos y «vuelta pa’tras, nos están esperando». A mitad del tramo de lomas encontramos a Gabriel decidido a conseguir su foto de ‘la cuatro’; me regresé para acompañarlo; Cesar y Martín continuaron, más adelante aguardaron por nosotros; descendimos rápidamente alcanzando los cincuenta y cinco kilómetros por hora. ¡WOW, lo mejor de subir es bajar!

En la marca de los dieciséis kilómetros ya nos esperaba el resto del grupo; Barrita estaba con ellos. Reanudamos nuestro recorrido sobre la brecha, paramos a la sombra de un árbol cerca de la carretera, donde nos reagrupamos, luego continuamos juntos hasta el punto de meta, al cual arribamos por ahí de las nueve y media. Esta ruta ha sido la más variada e interesante que he transitado hasta ahora: tuvo subidas, bajadas técnicas, escalada con bici al hombro, túnel, piedras sueltas, arenales, sendero, brecha, camino de tierra, permanente, pavimento, paisaje desértico, espinas que no perdonan y un fiel can que nos escoltó de principio a fin; neta que la próxima vez voy a adoptar uno de esos perros luchones-todo-terreno-guerrero-cuatro-por-cuatro que te siguen a todos lados. Agradecimiento especial a Roberto, que fue el guía de este paseo, te sacaste un diez.

Nos vemos en la próxima, #hazquesuceda.

PD: bitácora en strava: goo.gl/t6XppA